martes, 7 de abril de 2020

LE CYCLISME EST UNE AVENTURE

Desde hace un tiempo, los aficionados al ciclismo parecemos condenados a echar la vista atrás.  Corren tiempos de enclaustramiento, rodillo y reposiciones, no queda otra. Las diferentes televisiones nacionales parecen haberse puesto de acuerdo para asaltar sus propias videotecas y poner al servicio de los aficionados buenas dosis de ciclismo televisado. Del bueno, del de antaño. También se puede bucear en youtube, si la selección televisiva incurre en un exceso de patriotismo. Pero en realidad, ¿de qué sirve hablar de ciclismo ahora? En las circunstancias actuales, el ciclismo, como todo lo superfluo, ha quedado arrinconado por lo prioritario. El desarrollo de la temporada ciclista es un problema muy menor, liliputiense, en comparación con todo lo demás. Las reposiciones de estas etapas no dejan de ser un humilde madero con el que mantenerse a flote en medio del naufragio y así mantener una cierta simulación de continuidad. 
 
A falta de nada nuevo que contar, vengo a sacar a la luz cuatro o cinco fotos mal enlazadas sobre el ciclismo como deporte precario y espectacular. A pesar de todos los adelantos y modernidades, circunstancias como las actuales vuelven a dejar al ciclismo bastante desnudo, como el juego de equilibrios con patrocinadores y autoridades locales que siempre ha sido. Por eso lo que me traigo hoy entre manos, simplemente para mantener este espacio con vida, es una serie de imágenes del ciclismo como espectáculo, como circo ambulante. Deberían ser de las clásicas, pero en estos momentos son las únicas fotos interesantes de las que dispongo: son fotos del Tour. Da igual, con las reposiciones de etapas del pasado no creo que un poco más de Tour les vaya a sentar mal.

Comencemos por le principio. Como en cualquier descubrimiento, todo sucedió por azar. Mientras buscaba material para la conferencia sobre el dibujante René Pellos, di con esta maravilla entre las revistas antiguas de mi padre: el número especial de Miroir du Cyclisme dedicado al Tour de 1983, titulado Le Tour est una aventure. En su momento pensé que era un deber compartir este magnífico material mediante una entrada, aunque mi aportación fuese mínima. Pero fui dando largas al tema, en gran parte por falta de tiempo y porque el presente reclamaba su atención. Ahora, en este periodo de paralización completa, es momento de sacar a la luz una joya de este tipo. No está a la altura de otras que circulan por ahí, pero no está nada mal.  




En este número de la prestigiosa revista francesa, el periodismo de “batallitas” se da la mano con la obra de arte. Es el ejemplo de un mundo que ya no existe, en el que la revista de papel era todavía cauce de informaciones y fantasías mitificadas, resultados y literatura a partes iguales. Lo interesante es la comparación que se ofrece entre títulos de películas y algunos de los “temas centrales” del Tour. Lógicamente, los títulos tienen gracia en francés, ya se trate de los títulos originales o de traducciones de los mismos: Salve quien pueda, la vida (Jean-Luc Godard, 1980) para hablar de las escapadas; Deliverance (John Boorman, 1972) a propósito de la sed; Día de fiesta (Jacques Tati, 1948) para mostrar la gloria del triunfo; El cazador (Michael Cimino, 1978), traducido al francés como Voyage au bout de l'Enfer, para referirse al sufrimiento; Au bout de souffle (Jean-Luc Godard, 1960) sobre los abandonos; Marathon man (John Schlesinger, 1976) para ilustrar la labor de los periodistas... Los Dustin Hoffman, Robert De Niro, Jean-Paul Belmondo o Burt Reynolds son aquí Bernard Thevenet, Charly Gaul, Raymond Poulidor o Cyrille Guimard. La vinculación entre Tour y espectáculo parece clara: de hecho, todavía en esa época no habían pegado fuerte en las carreteras ni la ciencia-ficción ni el género de terror. Tampoco las películas de cowboys. 


 

 












Tomemos esta revista por lo que es: un homenaje de la revista ciclista francesa por antonomasia a la carrera con mayúsculas. Pero, yendo más lejos, podemos extrapolar los momentos que aquí se muestran, sus dramas y sus alegrías, a las carreras de Bélgica, Italia o España. Precisamente a las carreras de esta primavera que nos vamos a perder por la irrupción de una catástrofe no imaginada. Hay fotografías de este tipo en todas las carreras y en todas las épocas. Rostros llenos de polvo y sudor, como el de Kelly en la meta de Sanremo en 1986. Imágenes de la desesperación, como la de Poblet al borde de la ruta, levantando la rueda tras un pinchazo y blasfemando, quizá en una mezcla de italiano y catalán. Días infernales, como la París – Roubaix de 2001, con un Wilfried Peeters irreconocible tras una máscara de fango, o la Gent – Wevelgem de 2015, con Thomas saliendo por los aires. Los embudos habituales del Koppenberg, los barrizales en el pavée de 1985 o 1994, las llegadas ajustadas, como las de Groussard y Wolfshohl en Sanremo, Bugno y Museeuw en Flandes o Eddy Planckaert y Bauer en Roubaix...Solo por poner algunos ejemplos. La sabiduría colectiva de twitter nos ofrece a diario buenos repertorios de imágenes, como los que nos suelen regalar @davidguenel o @javigoros61. 

Todo ello se debe a que el ciclismo, con su variedad de escenarios, tanto fijos como cambiantes, es uno de los deportes de mayor riqueza iconográfica. No todo se desarrolla entre cuatro paredes, con lo cual hay paisajes y casas, cielos claros y tormentas, laderas nevadas y campos embarrados. La presencia siempre cercana del público permite ver el paso de los años y las modas. Pocos deportes exigen un despliegue audiovisual tan grande para poder ofrecer un relato: por ello es un deporte que ha ganado tanto con la televisión e incluso con el cine (recomiendo desde aquí una joya, de la que ya habló en su día @jlgpallero, Parpaillon).


¿Y ahora qué panorama queda? Si se retoma esta temporada en algún momento, que lo dudo, está claro que nada va a ser igual. Las cunetas estarán vacías, no habrá nadie en las salidas y en las metas. Se acabará, al menos durante un tiempo, la proximidad con el aficionado que siempre ha sido el signo distintivo del ciclismo con respecto a otros deportes. Pero esto quizá sea lo de menos. Por desgracia, las consecuencias económicas también llegarán al ciclismo, y algunos equipos perderán patrocinadores, muchos corredores se quedarán sin trabajo e incluso alguna carrera puede que no supere este parón de un año. Todo tenderá a reducirse, pero eso no tiene que significar su desaparición. Quedémonos con una idea: si el ciclismo pudo resurgir de los desastres bélicos del siglo XX, si ciclistas como Bartali o Coppi pudieron superar ese parón, en el que sus vidas se vieron notablemente alteradas, ¿no se va a poder hacer lo mismo cuando pase todo esto?