martes, 30 de julio de 2019

UNA LENGUA DE TIERRA

A falta de competición auténtica, el ciclismo moderno nos regala imágenes para el recuerdo. Imágenes curiosas, puntos de vista insólitos, momentos que invitan a la risa tonta con los que rellenar las eternas y constantes pausas publicitarias de Eurosport. En fin, lo que vienen siendo tomas falsas. Froome corriendo en el Ventoux, Dumoulin parando a cagar, Sagan haciendo caballitos. Esas cosas. Pues en este Tour no sólo las gracietas iban a ser de factura humana, también la naturaleza se ha sumado a la fiesta. ¡Y encima nos quejamos del ciclismo que nos ha tocado vivir!

Aparte de Bernal, el protagonista del día


Un deslizamiento de tierra, acompañado de unos cuantos más, fue el responsable de que todo acabase en el descenso del col de l'Iseran. La tierra reclamaba su protagonismo, espantando a los espectadores y engullendo la carretera como aquella masa de helado gigante de una película de serie B de los ochenta. Se puede decir que acabó prácticamente el Tour ahí, cuando todo estaba patas arriba, cuando todo estaba en el aire. Bernal había atacado, con ese estilo suyo de ave zancuda tan coppiano; Thomas no había saltado por detrás, como hiciera en el Galibier el día anterior, y Alaphilippe se hundía sin remedio, lastrado por el fantasma vociferante y gesticulante de Voeckler. ¿Bernal podría mantener esa ventaja hasta Tignes, en un ride como los que protagonizó en el Tour de Suiza? ¿Alaphilippe podría alcanzar al grupo de Thomas, en un descenso de equilibrista como el que estaba protagonizando? Entonces llegó la lengua de tierra a decir "hasta aquí llegó el Tour de Francia".

Simon Yates, que se veía con opciones de llevarse otra etapa a lo Majka, gesticulaba en plan italiano con Prudhomme, que señalaba con su pulgar a lo alto de la cima. Los tiempos se iban a tomar ahí, parecía señalar con la cabeza y los brazos fuera de la ventanilla el pomposo director de carrera, con la cortinilla ligeramente despeinada. Detrás Urán y Nibali intercambiaban pareceres en una conversación muy latina, en la que seguramente hubo algún "huevón" y algún "vaffanculo" de más. Kruijswijk y De Plus habían hecho caso omiso a las indicaciones del coche de director de carrera y seguían el descenso a toda mecha. Kruijswijk veía el fantasma del Agnello y Urán el del Stelvio: una vez le podían estafar, dos no. Una vez apaciguados los ánimos, fue curioso e incluso divertido ver a ciclistas rivales conversar como si nada hubiese ocurrido, intercambiando impresiones e incluso alguna que otra broma, mientras se abrigaban o esperaban directamente a los coches. La etapa había acabado como un auténtico gatillazo, pero con una sonrisa. Algo lela quizá, una risa nerviosa fruto de la confusión ("jeje, ¿y ahora qué?"), pero una sonrisa al fin y al cabo. Granizada, carreteras inundadas o directamente cortadas por una lengua de barro y piedras. Jeje, jeje. La etapa había comenzado con una lesión rara de Pinot, marchándose entre llantos, y terminaba con todos metiéndose en los coches, como una feria ambulante que se despide a toda prisa del pueblo que ha visitado. Bernal era nuevo líder.



Momentos memorables

El día anterior, en la  única etapa de verdad que había en los Alpes, se había asistido a otro tipo de espectáculo. Ese que representó tan bien Goya en su duelo a garrotazos y que algunos, faltos de nuevas ideas, achacan siempre al espíritu ibérico. Un duelo fratricida, para entendernos. A falta de ataques, fue Movistar quien puso salsa. En la mejor tradición de lo que ha sido este Tour, se formó una fuga multitudinaria, en cuyo seno, agazapados, estaban Bardet y Quintana. Intentaban ambos restañarse las heridas de un paso por los Pirineos algo catastrófico, pero el ritmo cansino de Asgreen y los Deceuninck detrás les fue permitiendo ganar más y más minutos. Estaban a punto de alcanzar los nueve minutos de diferencia en el Izoard, con Quintana en posiciones de podio virtual, cuando por detrás, oh sorpresa, Movistar aceleró la marcha, con el pobre Soler como remero de galeras.

El landismo mueve mares y montañas, y se ha convertido, a falta de una opción mejor, en la nueva religión de los periodistas futboleros. Para estos el ciclismo no es más que una prolongación del "nosotros contra ellos", que se materializa siempre en la pregunta "¿y cómo van los españoles?". Por eso Landa era la esperanza. No solo patriótica, sino también de la afición vasca y de la corporación telefónica, que tiene tantos estómagos comprados. Pues bien, el landismo estaba a punto de naufragar, cuando Soler se puso a tirar como un bestia en el Izoard para reducir la ventaja de Quintana, en posición de podio virtual, en vez de utilizar esa situación táctica para forzar a otros equipos a desgastar peones. Soler no tuvo la culpa, por supuesto. Es un excepcional corredor, con mejor palmarés que Landa. La culpa tampoco la tuvo el vitoriano, que aunque tenga su orgullo, sabe reconocer sus debilidades.  La culpa es, cómo no, de los del volante.  Soler se reventó y Landa no atacó. Si al menos hubiese atacado... Incongruente, incomprensible, inexplicable, a todas luces errada, la táctica no tenía justificación posible. Pues al acabar la etapa la dieron, retorciendo los argumentos, inventándose cosas, pero la dieron. Los del volante.

Nairo Quintana, reivindicándose.


Así pues, allanado el camino por Movistar, Ineos puso su marcha en el Galibier. Ineos no ha sido el de otros años, basta ver el rendimiento de Kwiatkowski, pero aun así, para no ser el de siempre, ha acabado con un triunfo como los de siempre. Quintana se marchaba por delante con gran facilidad y por detrás saltaba Bernal. A por este saltaba también Thomas, en una táctica también cuestionable, pues arrastraba consigo al resto de favoritos. Alaphilippe perdía contacto, pero acabó defendiéndose bien, cazando incluso al grupo de favoritos y haciendo un conato de ataque en bajada. La etapa acabó con el triunfo de Quintana y un Alaphilippe que podía soñar. El Iseran y la lengua de tierra le quitarían de un plumazo toda esperanza.

El deslizamiento de tierra no sólo obligó a interrumpir la etapa de Tignes, sino a recortar la siguiente, la penúltima. Es decir, el último día de competición veraz. La etapa quedó reducida a la irrisoria distancia de 59 km, con un ascenso al Val Thorens como única dificultad. Desde twitter mucha gente planteó recorridos alternativos, puesto que la organización no parecía haber previsto ninguno. Parecía como si todo el mundo tuviese ganas de acabar rápido con el asunto. Y así fue, una etapa rara que dejaba en el cuerpo una sensación extraña, como de prolongación innecesaria. La etapa se la llevó Nibali con pundonor, justificando su participación, y tan sólo supuso el hundimiento definitivo de Alaphilippe, que quedó fuera del podium. Jumbo-Visma marcó el ritmo de la ascensión con George Bennett y De Plus, pero Kruijswijk no atacó. Tampoco lo hizo Buchman. Sí que lo hicieron Quintana, Landa y Valverde, cada uno por su cuenta, como un ejército en desbandada.

En conclusión, Egan Bernal ha acabado llevándose el Tour. Para mí es la confirmación de un talento natural, mejorado con la fórmula agraciada, a pesar de que el Tour haya acabado así, de una forma tan anticlimática y desapasionada. Bernal no merecería un final de Tour así. Algunos dicen que su correr es feo: para mí, en cambio, tiene un estilo armonioso, recuerda a un ciclismo antiguo, previo al molinillo y los potenciómetros. En él no hay esa sensación de "pedaleo asistido" que dan otros campeones. Atrancado, con las piernas interminables y el perfil aguileño de los grandes mitos, su impronta sobre la bici se recorta con elegancia sobre el telón que forman las grandes cimas alpinas, con sus circos glaciares. No sé si será el ciclista del futuro, no sé si sus rivales serán Pogačar, Gaudu o Mas. Esas cosas son difíciles de aventurar (¿Quién hubiese dicho en 2011 que Andy Schleck no iba a correr casi nada más y que iba a surgir un nuevo dominador llamado Froome, prácticamente crecido de la nada?). Al menos Bernal es un ciclista creíble, al que se ha visto desde el primer momento con unas dotes excepcionales para andar en bicicleta, no como otros monstruitos de la factoría.

El descenso del Iseran (foto de Christian Hartmann).


Segundo ha hecho Thomas, confirmando el primer puesto del año pasado y corroborando una vez más la aplastante superioridad de su equipo. Cabe la duda de qué habría hecho en la montaña escamoteada, pues no hay duda de que estaba en forma, aunque su estilo no sea el grácil pedaleo atrancado de su compañero, sino esos rítmicos chepazos, acompañados de un potente sprint en los últimos kilómetros. Steven Kruijswijk ha hecho tercero, de forma silenciosa, sin apenas ataques, consiguiendo una recompensa para toda una carrera de puestómetro y para su equipo, más compenetrado y avasallador que nunca (no hay que olvidar, equipo de Rasmussen y Menchov). Pero si ha habido un gran protagonista aparte de Bernal, ese ha sido Julian Alaphilippe. Este Tour ha obrado un milagro, que no es otro que lograr que me reconcilie con este corredor. A pesar del equipo en el que milita, que ejemplifica los peores vicios de este deporte e incluso de la sociedad (un saludo a Keisse), Alaphilippe ha logrado desmarcarse de todo ese ambiente. Como un pequeño bribón de los bajos fondos, pero con buen corazón; como el típico estudiante de la última fila, que no atiende, habla, molesta, fuma en el aseo y lleva el casco de la moto a clase, pero que al final estudia para la recuperación, y aprueba. A mí ya me ha ganado, a pesar de Lefevere, a pesar de sus derrapes, a pesar de parecer poseído por el espíritu de Voeckler. En el fondo es un cani de buen corazón, como los protagonistas del cine quinqui.

Como José Luis Manzano.

lunes, 22 de julio de 2019

LA McDONALIZACIÓN DEL TOURMALET Y OTRAS IMÁGENES DE LA SEGUNDA SEMANA DE TOUR

Al igual que sucede en la sociedad en general, en el Tour prima también la inmediatez de la imagen. El tiempo en el que el Tour era una historia a narrar, e incluso en algún caso a inventar, pasó ya. Lo más destacado a día de hoy son las imágenes que la carrera deja, las de rápido consumo. Bien lo advirtió Emmanuel Macron al rodearse para la foto de los dos aspirantes franceses al triunfo final, consciente de que una imagen así puede reflotar una carrera política en declive. También lo debió saber Nairo Quintana al rehusar la mirada y el relevo a Mikel Landa delante de las cámaras, en un acto en el que se conjugaron el declive físico con el orgullo herido, justo un día después de un ridículo descomunal de su equipo. Ya lo sabían de antemano también los organizadores de la carrera, al haber diseñado una etapa en el Tourmalet pensando más en las tomas aéreas que en la propia carrera.

Macron y dos glorias nacionales


Pero a pesar de los bellos paisajes y de los rostros populares, el espectador de ciclismo no quiere ver un documental de la 2 o un reportaje de prensa rosa. Le interesan, como siempre, la batalla, los ataques, los desfallecimientos, las estrategias bien planificadas y aquellas otras que salen mal, las victorias sudadas, en resumen, todo aquello que comporta una competición. Una competición que brilló por su ausencia en la primera etapa pirenaica, en la que, a pesar de Peyresourde y Horquete d'Ancizan, se sabía que acabaría con una fuga consentida y poca batalla atrás. Una etapa que se llevó Simon Yates en su nueva faceta de cazaetapas, por delante de Pello Bilbao y Gregor Mühlberger. De nuevo volvió a escasear la competitividad en la etapa del Tourmalet, una etapa de kilometraje reducido en la que triunfó esa repetida sensación de igualdad inducida, que produce tanta rabia en el espectador. Una sensación de ir todos retenidos, o bien por miedo, o bien por ir todos a un límite que es difícil de sobrepasar.

Espacios bellos pero vacíos. En el caso del Tour, no de gente sino de acontecimiento (Foto de Josef Koudelka, 1968)


Todo ello ha permitido que Julian Alaphilippe siga de líder sólido. A pesar de haber sufrido como un perro en la última subida a Prat d'Albis, sigue siendo líder con una renta holgada para los tiempos que corren. No cuenta con equipo, después del descalabro monumental de Enric Mas, pero si supera la etapa del encadenado alpino de Vars, Izoard y Galibier, tendrá medio Tour hecho. Con él van la ambición, la "motivación" y también la fuerza de otra imagen: la del líder entrando en la meta de Pau tras una contrarreloj victoriosa.  En una situación en la que otros echan por la boca hasta los higadillos y se pasan media hora recuperando el aliento, él entró haciendo derrapes y cucamonas, como un buen mico amaestrado. Ni asomo de desgaste en una crono de solo 27 kilómetros, en la que fue el mejor y que recordó, entre las bocas desencajadas por la sorpresa, a aquellas cronos protagonizadas por ciclistas a los que el maillot daba alas, ya fuesen Marco Pantani o Roberto Heras. La potencia de esa imagen de un Alaphilippe exultante continuó en el Tourmalet, etapa en la que pareció incluso que cedía la victoria a Thibaut Pinot. Se desvaneció ligeramente bajo la lluvia en Prat d'Albis, después de una etapa de montaña auténtica con Lers, Mur de Peguere y la subida final, en la que por fin se vieron ataques lejanos y en la que el líder se quedó solo bien pronto, pero en la que se defendió bien, sin cebarse.  

Entra derrapando.


El corredor que más reforzado sale de estos Pirineos es sin duda Thibaut Pinot. Veremos si no debe lamentar en demasía su despiste camino de Albi. Si bien en el Tourmalet Pinot hizo un ataque pancartero, ayer en Prat d'Albis lanzó un ataque con toda la artillería, precedido del trabajo esforzado de David Gaudu. El menudo corredor francés, pasado ganador del Tour de l'Avenir, está dejando muestras a lo largo de todo el año de ser un escalador excepcional, de sangre caliente, algo nervioso pero muy eficaz. Su capacidad de sacrificio y entrega por Pinot es tal que el año pasado incluso derribó involuntariamente a Miguel Ángel López en la Milán-Turín, facilitando la victoria de su líder. En la subida al Tourmalet incluso hubo momentos en los que parecía que se marchaba por delante cuando los líderes empezaban con el juego de las miradas, y en la etapa de ayer supo aguantar a unos metros del grupo de favoritos en el Mur de Peguere, para entrar en el descenso y vaciarse a continuación por su líder.


Foto de Jered Gruber


Tanto Alaphilippe como Pinot están aprovechando las fisuras de Ineos, que como se vio en el pasado Giro, ya no es un equipo dominador. Ayer por fin camino de la subida de Foix se vio todo lo que puede ganar una carrera cuando no hay un equipo que monte un trenecito de montaña. Sin embargo, cabe esperar que Poels, Kwiatkowski y Castroviejo carburen en los Alpes, resucitados con electroshocks y algún relámpago de tormenta a lo Doctor Frankenstein. Pero hay algo que hace pensar que ya no son lo que eran y que el tortazo de Froome se ha llevado más cosas que la posibilidad de un quinto triunfo en el Tour. Thomas se está defendiendo bien, sin ser el "rematador" que sprintaba en Alpe d'Huez el año pasado. Bernal, por su parte, pudo contar ayer con algo de libertad de movimientos, pero a la hora de la verdad no pudo seguir el ritmo de Pinot, con sus repetidos cambios de ritmo, acompañados de sus ya característicos gestos de pez boqueando fuera del agua. Quizá en Prat d'Albis se puso a prueba a Bernal, a ver si aguantaba el ritmo de Pinot. Pero no pudo, con lo cual la apuesta a partir de ahora será presumiblemente por el galés.

Podría decirse que el cuarto contendiente es Kruijswijk, más bien por el comportamiento reluciente del Jumbo-Visma a lo largo de este Tour que por la propia capacidad de ataque de la Percha. Por primera vez Kruijswijk está contando con equipo y no una banda a su disposición, con Bennett y De Plus haciendo labor de gregarios hasta muy lejos, pero será difícil que Kruijswijk se quite de encima la mala suerte de corredor reservón que le acompaña desde l'Agnello. Aunque, sin ir más lejos, el año pasado fue de los pocos que atacó, como segunda espada de Roglič. Tampoco hay que perder ojo a Emmanuel Buchmann, aunque a lo máximo que podría aspirar es a un puesto de podio, algo ya muy destacado.

Finalmente tocaría hablar de Movistar. No quiero extenderme mucho en este apartado, pues supondría asumir que es el equipo que me representa "como español", cosa que nunca he considerado así. Realmente siempre me ha dado bastante igual lo que haga o deje de hacer el equipo de los frailes, aunque mentiría si no dijese que nada de esto me ha sorprendido. Era lo que se podía esperar. Valverde jugando al puestómetro, en vez de ir a por etapas; Landa atacando pensando en sus fans, sin conseguir los objetivos deseados; y Quintana muy lejos de aquel escalador del periodo 2013-2016, repitiendo todos los esquemas que sus detractores le atribuyen: escaqueo en los relevos y algo de resentimiento. Al menos Landa lo intentó con más ahínco que fuerza en el Mur de Peguere, sin poder dar alcance a Simon Yates, pero manteniendo el tipo ante Pinot. En cuanto a los que conducen, poco que decir. Afortunadamente estuvieron lejos de los mandos en el pasado Giro, para beneficio de Carapaz, al que a punto estuvieron de hacer fracasar al desembarcar en Italia el último fin de semana para hacerse la foto de Milán. En resumen, se trata de un equipo sin alma que deja vendidos cada dos por tres a sus gregarios. 

Por tanto, queda una semana de Tour abierto, que no lo será tanto si no hay de ataques de verdad. Si alguien pretende desbancar a Alaphilippe, tendrá que repetir el esquema de la etapa de Prat d'Albis, y no el de la farsa del Tourmalet. Una cosa está clara, no ganará aquel que esté excesivamente pendiente de las imágenes que el Tour deja, de las declaraciones y del barullo que el Tour genera y que los periodistas se prestan a procesar y vender con rapidez como si se tratase de comida basura.


Los medios de propaganda (caricatura de Goebbels, obra del colectivo Kukryniksy)

miércoles, 17 de julio de 2019

"COPPI 1945, UNA PRIMAVERA A ROMA", DE GIAMPIERO PETRUCCI Y FABIO BELLISARIO

Para escribir de ciclismo, y escribir bien, no es necesario ser un mercenario de las letras. Afortunadamente hay amantes del ciclismo en todos los sectores profesionales y esta maravilla de libro que tengo entre manos es la demostración fehaciente. Escrita por un geólogo, Giampiero Petrucci, y un arquitecto e historiador del arte, Fabio Bellisario, este libro de rápida lectura se inscribe en la literatura surgida como conmemoración del centenario de Fausto Coppi, evitando caer sin embargo en lugares comunes. En sus páginas apenas se reviven sus grandes gestas, aquellas que han sido más mitificadas por el paso del tiempo. Más bien el libro ofrece luz sobre un periodo no tan conocido de su vida, su "periodo romano", circunscrito a 1945. 





Pocas vidas ciclistas se entrelazan de forma tan íntima y también dolorosa con la historia traumática del siglo XX como la de Fausto Coppi.  Ello contribuye sin duda a su consideración como mito absoluto del ciclismo. Su vida no es comprensible sin la Segunda Guerra Mundial, como tampoco lo será sin la muerte de su adorado hermano Serse. Pero como bien atestigua el libro, él  al menos pudo volver. De hecho, el libro es una narración apasionada de esa vuelta a la normalidad después del desastre, en la que también la reanudación de la actividad deportiva, en concreto de la ciclista, contribuyó al renacer de un país dispuesto a crecer (y también a camuflarse) sobre las cenizas del fascismo. Pero como decía, él pudo volver. Otros no tuvieron tanta suerte y murieron en la guerra, e incluso a otros la guerra truncó toda posibilidad de continuar, como es el caso de Giovanni Valetti o también el de Gustaaf Deloor, como bien cuenta Juanfran De la Cruz en su "Gustaaf Deloor, de la Vuelta a la luna" (con un gran capítulo dedicado también a la guerra en Bélgica).

El libro comienza en 1942 en el Vigorelli de Milán, con ese récord de la hora que la tradición mitificada sitúa bajo las bombas y del que habló Sergio Palomonte en una edición de Volata dedicada a la pista. A pesar de ser el último vencedor del Giro, recordman de la hora y campeón de Italia in carica, Coppi no pudo escapar del reclutamiento (debía dar ejemplo) y fue enviado a Túnez en 1943. Su regimiento no tardó en caer apresado por las tropas británicas (13 de mayo de 1943). Sin embargo, el 11 de noviembre de 1944 ya está en Nápoles con las fuerzas aliadas, después del desembarco de Sicilia y la liberación de la ciudad, en categoría de prisionero colaborador. El libro señala cómo estuvo hasta la finalización de la guerra (25 de abril de 1945) sometido a los ingleses, aunque desde el primer momento gozó de la protección del teniente de la RAF Ronald Smith Towell, que le permitió volver a entrenarse desde el cuartel de Caserta (situado en la misma Reggia).

Antes de continuar con la narración de los hechos, el libro se detiene a homenajear a Edmondo Nulli y a la Società Sportiva Lazio, los artífices del retorno de Coppi a la competición. El capítulo dedicado a Edmondo Nulli lo presenta como un humilde fabricante de bicicletas romano, que en ningún momento pudo competir con los grandes fabricantes de la "Alta Italia". Sin embargo, las circunstancias y su hábil instinto para los negocios (muy romano, por otra parte) le hicieron ponerse en contacto con un desesperado Coppi, que quería volver a la competición una vez las dos terceras partes de Italia había sido liberadas del yugo nazi-fascista. La Società Sportiva Lazio (a la que se dedica todo un capítulo sobre sus orígenes, algo panegírico, con recuento de muertos en las dos guerras incluido) fue la que dio el respaldo económico a la contratación de Fausto Coppi, que de esa forma correría durante la temporada de 1945 con la maglia arancione de las bicicletas Nulli.



El capítulo dedicado a "Roma 1944" es una descripción muy plástica (como solo los italianos saben hacer) de la liberación de la ciudad, algo visto hasta la saciedad en las películas neorrealistas pero que contado adquiere el carácter de una fábula. Las campanas sonando; los romanos saliendo a las calles; los acuerdos secretos, con el Vaticano de por medio, para garantizar una retirada sin represalias a los nazis y fascistas, a cambio de ceder la ciudad intacta a los aliados; los pocos judíos supervivientes saliendo de sus escondites; el problema del hambre y la llegada del chewing gum para matarla o distraerla; el tímido despertar cultural (Zavattini, Rossellini y compañía) con las cámaras en la calle; los depauperados barrios de baracche (San Lorenzo, Casal Bertone) creados para subsanar los destrozos de los bombardeos y que se mantendrán hasta los años 70; la fogosidad, no siempre amable, de las tropas norteamericanas con las jóvenes romanas desesperadas...Un poco más tarde, Coppi se añadirá a esa película en blanco y negro, y junto con Bartali llenarán los noticiarios del dopoguerra.   



De esta forma Coppi llega a Roma en enero de 1945, habiendo sido previamente contactado por Nulli en Nápoles. Se cuentan a continuación las primeras carreras en pista, disputadas en el extinto motovelodromo Appio, con asistencia no solo de corredores romanos ya prácticamente olvidados (Pietro Chiappini, Gustavo Guglielmeti), sino también de corredores de la Toscana, como Primo Volpi y sobre todo el gran Gino Bartali. Coppi se hospeda en la propia casa de Nulli, a quien los autores dan un papel tan central en la vida de Coppi, al menos tan decisivo, como el de su masajista ciego Biaggio Cavanna. Las primeras carreras romanas se van desarrollando a lo largo de esa primavera de 1945, en la que también se disputa una carrera femenina en la que la narración se detiene un instante. En ella (la Coppa De Dominicis) y en su ganadora, Wanda Riccardi. A pesar de que el estado de forma de Coppi no es el más óptimo, conseguirá su primera victoria de la temporada en la Coppa Salvioni, con final en Castelgandolfo. Después del 25 de abril, con la liberación de todo el país, Coppi pide permiso a Nulli para visitar su casa familiar y de paso, pedir matrimonio a su novia de toda la vida, Bruna Ciampolini. El recorrido de Roma a Castellania es narrado con gran detalle, permitiendo al lector imaginar un recorrido hecho mitad en bicicleta, mitad en furgonetas anónimas, dispuestas a transportar durante unos cuantos kilómetros al campeón y a su máquina, atravesando carreteras destruidas. 

Después de solucionados los asuntos familiares y su futuro matrimonio, Coppi vuelve a Roma a disputar el Giro del Lazio,  disputado en los castelli romani con meta en el Motovelodromo Appio, en el que también participa Gino Bartali y el gran campeón de esa temporada, el rápido Adolfo Leoni. Sin embargo, la victoria irá a parar a un corredor más humilde y que apenas tendrá más trayectoria, Zaurino Guidi. Coppi finalizará en segunda posición. Poco después, durante julio, marchará al norte a disputar la primera carrera de prestigio que se organiza en el norte tras la finalización de la guerra, el circuito de Milán. Se disputa de nuevo el campeonato italiano, con victoria del lombardo Severino Canavesi. La narración de esa fantástica temporada del renacimiento termina en la Liguria, en el criterium de Ospedaletti, en el que se dice que el propio Bartali favoreció la victoria de Coppi como "regalo de boda" por su reciente matrimonio con Bruna. 



Por tanto, el libro ofrece una panorámica detallada de una temporada todavía oscura en la trayectoria de Coppi, anterior a la Milán-Sanremo de 1946 que es considerada como su vuelta a los grandes triunfos. Para mi gusto quizá los capítulos dedicados a la Lazio se exceden en el aspecto triunfalista (el libro está editado por la S.S. Lazio), recalcando el pasado liberal y multidisciplinar de la entidad, con una sección de waterpolo muy activa, en cuya sección juvenil militó Nanni Moretti (no lo cuenta el libro, lo digo yo, a pesar de ser giallorosso), así como su carácter olimpista (para los desconocedores del mundo del fútbol como yo, ha sido un pequeño descubrimiento enterarse de que los colores del equipo vienen de la bandera griega). Sin embargo, poco se dice de actitudes parafascistas de algunos de sus hinchas, como han constatado sucesos recientes (aquella vergonzosa y punible pancarta con referencias antisemitas a Ana Frank). El libro gana en su faceta histórica, incluyendo en su parte final todo un elenco de fotografías (algunas conocidas, otras no tanto) e incluso postales desde Francia de los dos hermanos Coppi. 

En fin, la lectura del libro es un auténtico placer, como también lo es para mí escribir sobre ciclismo, tanto del actual como del pasado. En cierta medida, hablar de historia del ciclismo es hablar también de historia, pues los acontecimientos deportivos no dejan de estar impregnados por el zeitgeist o, si se prefiere, pueden constituir la espuma de la cresta de las olas, la parte más superficial del profundo mar de la "larga duración", como diría Fernand Braudel.

 G. PETRUCCI, F. BELLISARIO, Coppi 1945, una primavera a Roma. Fausto, Nulli e la Società Sportiva Lazio. Edizioni Eraclea, Roma, 2019.


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Dedicado a los periodistas de verdad,  a los de hoy y a los de antaño. No a los de mierda.

lunes, 15 de julio de 2019

BUEN COMIENZO

Francia es la tierra del amor, o al menos eso dicen. En los amores románticos y adolescentes, que tantas veces se reducen a un verano, hay momentos de hechizo y otros de decepción. Lo mismo sucede en el Tour. Con infalible poder de seducción, el Tour nos ofrece antes de su comienzo todo un despliegue de materiales, equipaciones nuevas y expectativas con el que dejarnos boquiabiertos, para defraudarnos a las primeras de cambio con una pactofuga entre trigales segados (tocotocotó del helicóptero), ante un pelotón que tira entre bostezos. Sin embargo, este Tour no nos está ofreciendo esa consabida sopa de encanto y desencanto, sino más bien un amor cínico e intelectualizado a la manera de las películas de Rohmer. O eso parece.

Un 14 de julio.
Este Tour está recordando en su comienzo a aquella edición de 2014, en la que todo se decidió en la primera semana. Ha habido grandes destellos de calidad, rodeados lamentablemente de otros marcados por la ausencia de competitividad. Entre los buenos momentos están el ataque irrefrenable de Alaphilippe camino de Epernay, la fuga milenaria de De Gendt en Saint-Etienne o la bagarre contra el viento montada en la etapa de Albi. Entre los momentos bajos, el tira y afloja ficticio entre el pelotón comandado por Deceuninck y la fuga de Offredo y Rossetto, o la consabida cuesta de cabras de la Planche des Belles Filles. Esta primera semana ha tenido dos grandes equipos dominadores: uno esperado, la Manada de Deceunick - Quick Step, recuperándose de un Giro mediocre con dos victorias de etapa; otro menos esperado, el Jumbo-Visma, que parece haber recuperado las viejas recetas del Ti-Raleigh / Panasonic, pasando de equipo pupas a equipo avasallador.

Parecen otros


De hecho, el primer fin de semana fue negro y amarillo. Y no solo por los retratos monumentales de Eddy Merckx que conmemoraban su triunfo en 1969 y la instauración del merckxismo, periodo de la historia del deporte que, como señalaban en Le Monde, tiene nombre de dictadura militar o movimiento artístico. Fue negro y amarillo por la omnipresencia de los Jumbo-Visma. La etapa inaugural se la llevó un sorprendente Mike Teunissen, aprovechando la caída de su líder Groenewegen. Ambos habían arrasado en Dunkerque como dos muchachotes de último curso que se pasan el balón delante de niños de primaria. Teunissen batió nada menos que a Sagan. Al día siguiente, Jumbo - Visma volvió a imponer su ley, liquidando el mejor tiempo de la maquinaria Ineos. De Plus, van Aert, Tony Martin, el propio Kruijswijk, todos rodaron a la perfección. Este primer fin de semana acabó con Fuglsang magullado y los Movistar haciendo el ridículo en la crono por equipos, debido a contar con casi tantos líderes como gregarios en su formación.

El rey de Bélgica


En Epernay, en una etapa accidentada por colinas de viñedos de la Champagne, Alaphilippe montó su numerito, menos circense que otras veces. Se aventuró a un ataque lejano, saliendo disparado del grueso del pelotón como un hombre bala. Ni Valverde ni otros puncheurs estuvieron a su altura: ninguno asomó el morro por la parte delantera del pelotón. Alaphilippe dio alcance al siempre voluntarioso Tim Wellens, lo superó aprovechando un fallo mecánico, y se lanzó a la victoria en uno de esos descensos suicidas que a veces nos regala, demostrando que más allá de sus cucamonas de Marcel Marceau y sus cimbreos de macarra poligonero en moto de trial, es un gran corredor. Para orgasmo galo, además obtuvo el amarillo.

Más panache y menos pachacho


Los días siguientes fueron de sprint. En Nancy, Deceunick-Quick Step pudo expresarse como la máquina de picar carne de los sprints, dejando en bandeja el triunfo a Viviani. En Colmar, en una etapa más accidentada, fue Peter Sagan el que pudo conseguir su etapa, en un año bastante aciago, aprovechando que es el mejor sprinter que pasa la media montaña. Se llegó así a la primera gran cita esperada, la etapa de los Vosgos con final en la Planche des Belles Filles. Un final habitual de la época Brailsford, del que se está abusando un tanto, al que este año se le incluyó un último kilómetro final, con todos los despropósitos del ciclismo moderno: sterrato y un 24% de pendiente.

La etapa fue, como era preveer, más soporifera que el Sleep de Andy Warhol. Ya se sabe, esas "guindas en el pastel" que son las cuestas de cabras solo sirven para que todo el mundo piense más en la autoconservación que en el ataque. Es ley de vida. Se formó por delante una fuga de quilates, que no solo se iba a jugar la victoria, sino también el amarillo. Los últimos supervivientes de la misma fueron Xandro Meurisse, Tim Wellens, Dylan Teuns y Giulio Ciccone. Los dos primeros cedieron con honor y fueron Teuns y Ciccone los que se jugaron la victoria. En la rampa imposible del último kilómetro, el ex-ganador del Tour de Polonia acabó imponiéndose al nervioso escalador de los Abruzos, que se llevó aún así el liderato. Por detrás, mientras los bidones caían rodando ladera abajo, Julian Alaphilippe lanzó un ataque a la desesperada para no perder el amarillo, que destapó en esos últimos metros algunas debilidades, que se constataron en diferencias insignificantes. Geraint Thomas disipó cualquier duda sobre su estado de forma, subiendo a molinillo y sin levantar el culo del sillín esa rampa imposible y Thibaut Pinot también mostró mucho empuje. Como reverso de la moneda, Vicenzo Nibali se hundió. Aún así, las cuestas de cabras, como viene siendo habitual, no deciden nada.

Una imagen de Semana Santa


Después del diente de sierra anterior, el pelotón se tomó un día de descanso entre Belfort y Chalons-sur-Saône. Por delante marchaban Yoan Offredo, hombre de paja habitual, y Stephane Rossetto, corredor que deberá ser siempre recordado por la fuga de la Lieja 2017. Por detrás, Deceuninck - Quick Step, con Asgreen como machaca, marcaba un falso paso de caza. La farsa fue escandalosa, pues los mantuvieron a una diferencia menor a los dos minutos a lo largo de los últimos 40 km y no precisamente por el empeño de los dos fugados. La farsa llegó hasta el punto de que el pelotón entero paró casi en seco cuando Quintana se quedó cortado: era de antemano esa una etapa de no agresión. Afortunadamente, el dios del ciclismo hizo su magia y la victoria fue para Dylan Groenewegen en un sprint imperial, que desmontó todo el andamiaje de Quick Step, esa banda que tiene en Asgreen y Richeze  a sus Clemenza y Luca Brasi, en Viviani a su Johny Fontane y en el viejo Lefevere al maldito Corleone.

Lefevere comenta a Viviani el frío que va a pasar cuando se marche a Cofidis


En la jornada siguiente volvió el ciclismo con mayúsculas de la mano de Thomas De Gendt, en un escenario siempre propicio, las estribaciones del Macizo Cental y Saint-Etienne. De Gendt se marchó de salida junto a Terpstra y Ben King, a los que más tarde su unió De Marchi. King y Terpstra fueron los primeros en caer, quedando delante un dúo de viejos guerreros. Por detrás, el pelotón se había olvidado de las fugas consentidas, marcando Astana un paso complicado. En la última cota, De Gendt distanció a De Marchi, después de haber hecho un tanto el zorro reservándose en los relevos. Sin embargo, su ataque fue marca de la casa: ni un aspaviento lo avisó, tan solo un ligero incremento en el ritmo infernal que obligó a De Marchi a abrirse de patas. En uno de los tantos revirados descensos, Ineos se iba al suelo casi al completo, con Thomas como dummie habitual. El galés cayó sobre la bici de su compañero Moscon, partiéndola en dos. Sin embargo, sus compañeros estuvieron rápidos, mostrando que todos van a una: casi lo suben ellos a la bici y le dieron el empujón. Thomas dio alcance en solitario al grupo, habiendo quemado a su último compañero, Wout Poels. Ya en la última cota, Alaphilippe y Pinot se lanzaron a la aventura. El público francés estaba empezando a redescubrir el Tour, como si se estuviera en los tiempos de la posguerra, con Robic y Bobet en todas las batallas. Se asistió a un bonito duelo entre el estilo nervioso de los dos franceses y el impasible y machacón trotar del gran ciclista belga. La tostada cayó del lado de De Gendt, que se apuntó así una victoria más con todos sus estilemas: fuga lejana, recorrido rompepiernas, ritmo que destroza a los rivales y victoria en solitario. Un uomo solo è al commando, la sua maglia è bianca e rossa e il suo nome è Tomassino De Gendt. 

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Victoria épica


Al día siguiente la carrera llegaba a la Auvernia, tierra de Bardet. Después de la paliza del día anterior, el pelotón se tomó su descanso, permitiendo una fuga numerosa de hombres de calidad. La resolución fue interesante, propia de la antigua tercera semana del Tour (aquellas etapas para Konyshev). Stuyven, Boasson Hagen, Tony Martin, Benoot, Impey, Marc Soler, Naesen, Tratnik, García Cortina y otros tantos estuvieron dándose leña toda la etapa. Finalmente Impey fue el único capaz de alcanzar a Roche, Tratnik y Benoot y marcharse finalmente con el belga, al que batió al sprint.

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Finalmente la etapa de hoy, con meta en Albi, ha sido la que ha deparado más cambios en la general. En un recorrido en el que el viento siempre suele aparecer, el Ineos de Thomas y Bernal y el Deceuninck de Alaphilippe y Mas decidieron jugar a los abanicos. Después de haber aparentado algo de debilidad en los días anteriores, Ineos ha desplegado todo su potencial en el llano, con Luke Rowe y Dylan van Baarle marcando el paso. Egan Bernal se ha mostrado atento como en la pasada París - Niza, Nairo Quintana ha sabido coger la aspiración buena e incluso Julian Alaphilippe ha dado relevos como el que más (¡y sin mirar al de atrás!). Por su parte, los damnificados de tal escabechina han sido Pinot, Fuglsang, Urán y Porte, que han destrozado a sus respectivos equipos en una persecución de auténtico ciclismo. Al llegar a la ciudad de los cátaros y de Toulouse-Lautrec, podría decirse que habían perdido gran parte de sus opciones, si no todas. También Mikel Landa, objeto una vez más de la mala suerte. El alavés ha sufrido un tremendo tortazo por culpa de un afilador entre Alaphilippe y Barguil, que ha acabado con Landa impactando contra unos espectadores.


El espectáculo de la etapa de Albi no ha finalizado ahí. Al aproximarse la línea de meta, los hombres rápidos han ido emergiendo de la panza del grupo delantero: Sagan, Matthews, Ewan, Viviani, Philipsen, también van Aert. Todos menos Groenewegen. A pesar de que Sunweb ha montado un treno para su sprinter, los rivales han acabado superándolos por todos los flancos, a la par que Matthews se desinflaba. Del plantel excepcional de velocistas, Wout van Aert ha sido el más fuerte, ganando por todo el centro, sin aspavientos, sin bandazos, sin cimbrear apenas la bici, en un sprint de fuerza pura y elegancia. Ha sido su primera gran victoria, que seguramente no será la última.

Quiere cambiar de nieto

Sprint antológico


Así ha terminado esta primera fase del Tour, en un momento álgido, bajo la curiosa catedral de Albi, al pie de los Pirineos. La experiencia nos dice que seguramente hayamos ya asistido a los mejores momentos de este Tour y que lo que quede no será más que la consumación de un triunfo anunciado. Mantengamos la esperanza mientras tanto.