lunes, 15 de abril de 2019

CUARTO MONUMENTO CON TREINTA Y SEIS AÑOS Y MEDIO

Las tradiciones cambian, el campo se mueve. Ni siquiera el panorama se mantiene fijo en un mundo tan aparentemente inamovible como el del ciclismo y sus tradiciones, en el que ni los monumentos fueron siempre cinco ni sus recorridos fueron siempre idénticos. Del elenco de grandes clásicas fueron cayendo, por unas razones u otras, Burdeos - París, París - Bruselas, París - Tours y Flecha Valona, mientras que otras cambiaron sus recorridos (Giro di Lombardía a partir de 1961 y París - Roubaix en 1968), otras subieron en el escalafón (Lieja - Bastogne - Lieja a partir de su inclusión en la Challenge Desgrange-Colombo en 1951)  o añadieron alicientes que las alteraron profundamente (el Poggio en la Milán - Sanremo a partir de 1960 o el Koppenberg en la Ronde van Vlaanderen a partir de 1977). De todas formas, cuando se fijó el Canon, ya parecía imposible que cualquier humano se llevara la manita de los cinco monumentos, dada la variedad de recorridos. La especialización del pelotón ciclista tampoco invitaba a que "predusqueros" se mezclasen con "ardeneros".  Todo eso tenía validez hasta ayer mismo. Philippe Gilbert se ha llevado su cuarto monumento, el que parecía a priori más alejado de sus características, de forma que está a un paso del quinto. Ahora figura en el grupo formado por Louison Bobet, Germain Derycke, Fred De Bruyne, Hennie Kuiper y Sean Kelly que va en persecución de la triada inalcanzable del panteón de las clásicas: Rik Van Looy, Eddy Merckx y Roger De Vlaeminck. Seguramente Gilbert no logrará darles alcance, pero milita en el equipo idóneo para hacerlo (con todo lo que ello comporta, entiéndase) y los estándares de longevidad actuales no serían ni mucho menos un obstáculo para tal aparatoso triunfo.   

Pero vayámonos a hace treinta años, a repasar qué se decía entonces en la previa de una carrera siempre excitante como la París - Roubaix. En 1989 Roger De Vlaeminck, cuádruple ganador ya retirado, comentaba a propósito de Sean Kelly: "En cuanto a Kelly, creo que es demasiado viejo para ganar la París - Roubaix. Una vez cruzada la treintena es más difícil ganar aquí. Yo obtuve, por ejemplo, mi cuarto triunfo con veintinueve años y medio. A partir de entonces tuve pinchazos e incluso me caí alguna vez...Moser padeció el mismo fenómeno. Sólo le doy a Kelly una oportunidad entre cinco"(1). En efecto, Kelly no ganó. La edición fue ganada por Jean-Marie Wampers, que derrotó a Dirk De Wolf. Tercero fue la gran esperanza de las clásicas del momento, Edwig Van Hooydonck, conformando así un podium íntegramente belga. Más allá del punto orgulloso en las declaraciones del Gitano, todavía hoy receloso de que alguien iguale sus prodigiosos números, esta cita no tiene otra intención que señalar otro "cambio" notable del ciclismo. En 1989 con treinta años un ciclista se consideraba medio acabado (Kelly aun se llevaría Lombardía y Sanremo); ayer ganó un grandísimo corredor, pero de treinta y seis años. Nuestro campeón del mundo va a cumplir dentro de poco treinta y nueve. 

Pasemos por alto estos milagros. Algunos corredores, de calidad evidente, parece que "cayeron en la marmita" de pequeños. Y ahí siguen. Más allá de eso, que quizá sea una consecuencia colateral del aumento de la esperanza de vida, hay que quedarse con dos o tres detalles de la pasada edición de la París - Roubaix: uno, los corredores que destacan desde el principio suelen durar hasta el final, como los pasados Dillier y Hayman o el actual Politt, todos ellos al modo del conejito de las pilas Duracel (referencia noventera); dos, los ataques decisivos se hicieron sobre asfalto, salvo el último, que se realizó en un tramo de dificultad dos y por una cuneta de grava. Es inútil hablar un año más de la ausencia de lluvia. No es que se desee añadir un "puntito de dureza más a la carrera", usando la terminología miguelangeliglesiana, sino simplemente se trata de la constatación de un hecho: en el siglo XX llovía más. 

Esta edición se presentaba muy abierta, sin dominadores claros. Pasados los años del duopolio de Boonen y Cancellara, y con los actuales amos de las clásicas, Sagan y Van Avermaet, en un tono menor, se abría un amplio abanico de posibles ganadores: aparte de los mentados, Van Aert, Stybar, Lampaert, Naesen, Vanmarcke, Kristoff, Degenkolb, Stuyven, y, por qué no, cualquier otro del Deceuninck - Quick Step, podían hacerse con la victoria. Se esperaba incluso sorpresas por parte de Nils Politt o de Sebastian Langeveld. Pocos o nadie situaban ahí a Gilbert, un corredor en su tercera participación en la prueba, que no se había mostrado precisamente bien en la pasada Ronde van Vlaanderen, en la que a las primeras de cambio había quedado fuera de juego. En esta ocasión les tocaría a otros morder el polvo. 

Como viene siendo habitual desde que hay cámaras desde el principio, se disputó tanto la fuga que no se formó ninguna. Al menos, no se formó una pactofuga, según las palabras de Bemancio. En una de esas escaramuzas se coló Matteo Trentin y el que sería uno de los protagonistas de la jornada, el gigantón alemán Nils Politt. Un corredor voluntarioso donde los haya que ya había dado muestras de buen rodar. De todas formas, todo comenzó a ponerse serio a partir del bosque de Arenberg. Las cámaras de ASO, que tanto partido saben sacar a la belleza intrínseca del deporte ciclista, nos ofrecieron las típicas panorámicas de los castilletes de las minas clausuradas y de la cicatriz profunda que crea el camino empedrado en el denso bosque. Un terreno de Germinal, un bosque digno del Lancelot du lac de Robert Bresson.



Vandebergh comenzó a marcar el paso y en una de esas Sagan y Van Aert se marcharon un rato por el barro contiguo al camino empedrado. El campeón del ciclocross tuvo que cambiar de bici y acabó el tramo entre los coches: fue una de sus primeras persecuciones, en las que su equipo aportó una ayuda completamente nula. Van Aert pudiese haber corrido perfectamente como individual, al modo del ciclocross, pues la pertenencia a Jumbo - Visma se limitó a compartir maillot y bicicleta. No nos engañemos, es una tónica habitual de los equipos holandeses, en los que brillan por su ausencia las tácticas elaboradas de equipo. Todos son líderes, de forma que ninguno lo es. Se diría, en una lógica calvinista, que cada uno es su propio líder: cada uno va a la suya. Por eso las victorias de Freire en Rabobank deberían contar doble. Por eso Dumoulin ha perdido dos grandes vueltas y Kruijswijk se vio forzado a arriesgar en otra, con fatales consecuencias. Por eso Van Aert acabó muerto: porque en vez de tener un equipo de colaboradores tiene uno de enemigos internos.

(pic: L'Equipe)


Así pues el aliciente inicial consistió en ver la persecución de Van Aert, un poco como un remedo de la pasada de van der Poel en la Ronde: hasta en eso compiten. Por si fuera poco, cuando conectó, cambió de bici y se cayó, sin que se descolgase ninguno de los dos compañeros que todavía figuraban en el grupo delantero para ayudarle a contactar. Una vez Van Aert hubo conectado, Wesley Kreder será el primero en moverse. No se trataba ni mucho menos de un movimiento inquietante, pero sería la avanzadilla del primer ataque serio de la jornada. A falta de 67 kilómetros para meta, Politt aprovechó el paso por un avituallamiento para lanzar su primer ataque. Sólo Gilbert y Rudiger Selig, compañero de Sagan, se pegaron a su rueda. Pronto dieron alcance a Kreder, dejándolo atrás.

A falta de 55 kilómetros se movió Van Aert, como si quisiese abandonar un grupo numeroso en el que iban demasiados "compañeros" suyos. Tras él se llevó a Christophe Laporte e Iván García Cortina y poco después se unieron Peter Sagan, Yves Lampaert, Marc Sarreau y Sep Vanmarcke. Parecía un movimiento importante, en el que algunos de los grandes favoritos cogían ventaja, dejando atrás a Van Avermaet. Selig se descolgó del terceto delantero, con la intención de tirar de Sagan, aunque poca ayuda pudo prestarle. Poco después, en el tramo de Auchy a Bersée, Cortina pinchaba. El asturiano parecía por fin haber cogido el camino correcto hacia las victorias, en la carrera que tanto le gusta; pero La Pascale suele regalar azarosos percances a aquellos que más la aman. Tras pasar por Mons-en-Pévèle, un tramo siempre exigente, se unieron los dos grupos, reduciéndose a seis unidades: Sagan, Lampaert, Gilbert, Politt, Vanmarcke y Van Aert. Se había hecho la selección. 

De nuevo sobre asfalto, Gilbert ataca y tras él se sueldan Politt y Sagan. Quedaban por detrás los otros tres, Vanmarcke, Van Aert y Lampaert. En otras ocasiones, el desafortunado corredor del EF hubiese sido el que hubiese liderado la caza: pero esta vez Vanmarcke parecía más tranquilo, más seguro de sus propias posibilidades, menos impaciente. Por una vez en su carrera deportiva parecía que estaba corriendo con cabeza. Van Aert e incluso Lampaert estaban haciendo el trabajo de conectar, el campeón de Bélgica en una actitud francamente extraña, que sólo podría entenderse dado el deseo de Deceuninck - Quick Step de tener siempre superioridad numérica, para marrullear a gusto en cabeza, o por las aspiraciones personales del propio Lampaert. El resultado de todos estos movimientos extraños fue que Lampaert y Vanmarcke acabaron conectando, mientras que Van Aert se desfondó, con la cara completamente desencajada. Se la iban a jugar en el Carrefour de l'Arbre cinco corredores: Gilbert, Sagan, Politt, Lampaert y Vanmarcke.

Lampaert comenzó en cabeza este peligroso tramo, mientras Politt parecía descolgarse. Sagan estaba atento, queriendo permanecer siempre en segunda posición. Pare ello no dudo en algún caso en utilizar los hombros. Gilbert lanzó un ataque espectacular, de motocicleta cancellariana, pero ni aun así cortó; el eslovaco seguía a su rueda, aunque partiéndose por dentro. De esa forma se pasó el tramo que siempre acoge las máximas espectactivas. Fue en el tramo más fácil de Gruson en el que Politt lanzó su estacazo. No había sufrido en el Carrefour, sino que había dejado una ligera distancia de seguridad para tomar aire. Su ataque fue por el centro, por la misma panza de los adoquines, como los ataques que lanzan los grandes. Por detrás sólo Gilbert pudo responder, levantando un hilo de polvo sobre la grava de la amplia cuneta. Sagan estaba por completo destrozado.

Sagan luchando la posición con Gilbert.


Así pues se formó una dupla delantera, Gilbert y Politt, que se iban a jugar la victoria. Por detrás, poco antes de llegar a Hem, la mala suerte que Vanmarcke había esquivado con inusual pericia se cebó de nuevo con él. Un problema del cambio, como aquel que pareciera en su día su compañero de equipo Urán, le obligaba a un pedaleo en exceso atrancado. Su acompañante Sagan estaba en las mismas que Van Aert: había superado la línea roja. Sólo Lampaert se lanzó a una persecución ya inútil, que poca gracia debía hacerle a su compañero Gilbert. En el velódromo no hubo historia. Gilbert hizo lo que quiso con el alemán, llevándose su quinta victoria en monumentos, consiguiendo el monumento que hace cuatro de cinco en su particular tanteo, su sexto gran triunfo si se cuenta el mundial.

(Pic: L'Equipe)



El valón entra así en la historia con mayúsculas de este deporte. A su manera ha marcado los últimos años, con un comportamiento a veces lagunar, pero nunca banal. Fue un corredor que enamoraba con su estilo ofensivo en la época que lucía el maillot blanco con el trébol de La Française des Jeux. Entonces se lanzaba a escapadas solitarias desde lejos, que algunas veces acababan en triunfo, como aquella Het Volk de 2008. Luego, ya en Lotto, ganó su primer monumento, la Lombardía de 2009, por delante de Samuel Sánchez, enlazando nada menos que cuatro carreras italianas de fin de temporada. En  2010 repetiría victoria bajo un terrible aguacero, con Scarponi como único rival. Llegó así 2011, su año maertensiano (o ibarguriano, como se prefiera), con victorias en Flecha, Asmtel, Lieja, San Sebastián, campeonato de Bélgica y etapa del Tour. En 2012 pasó a BMC y comenzó la resaca. El primer año la sorteó con un mundial cimentado en el Cauberg, su subida fetiche, pero en 2013 ya no pudo ocultar lo que era un auténtico naufragio. 2014, 2015 y 2016 fueron años de victorias más modestas, entre las que destacó una tercera Amstel y dos victorias en el Giro, una con descenso suicida incluido. Este lento ocaso coincidía con el ascenso de Van Avermaet, compañero de equipo. Gilbert parecía ya no estar a tope para Lieja o Lombardía, pero en las clásicas pedrusqueras tenía la competencia directa del corredor de Lokeren. Llegó así su renacimiento en Quick Step, de la mano de la Cuadra, con un triunfo en la Ronde. Gilbert volvía a ser el corredor que en 2008 medía el aguante de sus propias fuerzas con fugas imposibles. Ayer, dos años después, volvió a exhibir su maestría.

Tercero en Sanremo tras Pozzato (2º) y Cancellara (1º) en 2008.


Le queda Sanremo para entrar en el Olimpo.  La mente fría dice que a día de hoy lo tiene muy difícil, casi imposible. Es una carrera que se le ha dado bien (podium en 2008 y 2011, paso en cabeza por el Poggio junto con Riccò en 2007), pero ya no está para arrancadas locas en el Poggio y tampoco va a jugar el factor sorpresa que pudo darle el triunfo en la Ronde. ¿Pero no ganó Nibali el año pasado, un corredor casi de su quinta? ¿No ha ganado un compañero de equipo este mismo año? ¿No se han visto cosas más sorprendentes, más inverosímiles, más fascinantemente alocadas en el ciclismo que nos ha tocado vivir?




(1) SERGENT, Pascal, Paris - Roubaix, le livre officiel, Ed. de Eeclonaar, Eeklo, 1996.


PD: Este artículo ha sido escrito mientras ardía Notre-Dame de París. He escrito su última parte, desde que me he enterado de la noticia, con una gran pena. Aunque suene pedante decirlo, espero que esta sea mi pequeña contribución a la permanencia del Arte y su eterna capacidad para renacer de sus cenizas. 

2 comentarios:

  1. Ojala tuviera tiempo para leer todos esos escritos sobre ciclismo con la prontitud y detenimiento que se merecen. En esta época de carreras maniatadas, manadas hegemónicas y viejos fantasmas (otro positivo de un pro por EPO, por ejemplo), donde el ciclismo actual cada día me resulta más anodino y previsible (o por lo menos menos atractivo que el que conocí de niño), leer párrafos como los tuyos hacen que uno recupere la afición por el ciclismo. Si la carrera ha sido aburrida...siempre será entretenido leer lo que se escribe o dice sobre ella. A este paso va a ser más interesante la critica literaria que el propio libro.
    Puede que hayamos perdido parte de Notre-Dame (la cosa podía haber sido mucho peor), pero será imposible borrar por completo su magnanimidad y transcendencia. Lo mismo pasa con la pasión del deporte de la bicicleta. Gracias por tus contribuciones.

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    1. Muchas gracias, Carlos. El ciclismo es cierto que ha perdido la vertiente épica que siempre lo ha caracterizado, a lo que hay que añadir el cambio operado por el tiempo en nuestra forma de ver las cosas. Nuestra mirada ya no es tan inocente y crédula como lo era en el periodo en el que nos enamoramos sin concesiones de este deporte. También la evolución de los acontecimientos ha sido descendente. En mi caso todavía me sigue faacinando por su vinculación con una historia propia y con un territorio. Sería incapaz de disfrutar del ciclismo sin tener en cuenta estos factores y es lo que intento transmitir, a pesar de todo, en lo que escribo. El ciclismo es una excusa, igual de válida que cualquier otra, para hablar de un tema vivo con la mezcla necesaria de pasión y distanciamiento. Indudablemente me siento muy agradecido y recompensado por la buena acogida que tienen.Aunque el libro sigue siendo superior a la crítica. Esta, tanto mía como de cualquier otro, sólo sirve para fijar la mirada, para ayudar a interpretar. Eso es lo que intento. Aunque sólo sea para reproducir, aunque cada vez con más palidez, los recuerdos del ciclismo que nos encandiló en su día.

      (¡Viva Fignon!).

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