domingo, 27 de mayo de 2018

EL HOMBRE QUE NUNCA DEBIÓ ESTAR ALLÍ

Nunca debería haber sucedido, pero allí estaba Froome en la rampa de salida, en Jerusalén, la ciudad de las apariciones. Una mueca de dolor confería más patetismo a su participación. Poco antes se había ido al suelo en una vuelta de reconocimiento al circuito de la contrarreloj inicial, ante la curiosa mirada de dos jóvenes jasídicos de levitas y tirabuzones. La opinión de muchos, por mí compartida, es que nunca debería haber estado allí. Por su parte, los medios anglosajones y de RCS se habían esforzado en pintar "su caso adverso" como una gran cruz arrastrada camino al Gólgota por un profeta traicionado, dispuesto a ser martirizado por aquellos que no comprendían las "razones científicas" de su mala asimilación del salbutamol.



Los primeros días en Italia auguraban sólo descalabros e infortunios para Sky, como si la hermosura de Italia, y de Sicilia en particular, infligiesen de nuevo una derrota estética a la fealdad ejemplificada por el equipo británico. Pérdida de tiempo en el Etna, de nuevo caída en Montevergine di Mercogliano, nueva pérdida de tiempo en Campo Imperatore, aparente debilidad general en una etapa más o menos intrascendente como la de Gualdo Tadino...¿Dónde estaba la efectividad del pedaleo de Froome, "bruttissimo da vedere" (según expresión de Silvio Martinello)? En esos momentos de debilidad y desamparo su estilo Paula Radcliffe parecía más inane que nunca. El propio de un escarabajo panza arriba que agita las patitas con desesperación pero sin utilidad. Yo incluso vaticiné su abandono.

Mientras tanto una "new big thing" parecía emerger de las mismas cloacas del British Cycling. Un corredor menudo, atacante, con un lejano parecido a Billy Elliot. Un corredor también asmático, una insólita combinación de pistard y escalador, como otros productos de la misma factoría: Simon Yates. En el Etna dejó ganar a Chaves en la mejor línea del Saunier Duval, pero ya en Campo Imperatore comenzó a imponerse sin contestación. Ya nadie confundía a Adam y Simon. La idea de que se alternasen en carrera, un día uno, otro día otro, estaba dejando de tener gracia. Simon se mostraba imperial, con un pedaleo grácil en montaña, cogido de abajo, infatigable. Esprintaba incluso en las metas volantes. En Gualdo Tadino se disolvió como un azucarillo Chaves, su posible rival interno, de manera que a partir de entonces todo parecía un monólogo. En Osimo, donde ganase Argentin, Simon Yates sacó sus habilidades de uphill finisher, aguantando un mano a mano a Dumoulin, el único que parecía capaz de seguir su ritmo de lejos.



Llegó de esta manera la cima-circo del Giro, el Monte Zoncolan, el particular caramelo que Vegni había puesto delante de los ojos de Froome para motivar su participación. Sólo una subida de rampas tan imposibles, de porcentajes tan grotescos, podía activar, como las pilas que nunca se acababan en aquellos conejitos de Duracel, el movimiento frenético de sus patas. Así fue. Codos fuera, giro continuo de cuello hasta "convertirse en espárrago hervido" y agitación de las piernas propia de un autómata. El muñeco salía disparado de la caja sorpresa como un resorte. Esta vez, a diferencia de lo visto anteriormente, su pedaleo abría hueco. Por detrás, Simon Yates asomaba la punta de la lengua entre los dientes, intentando atraparle con un sprint continuo. Froome salía y entraba de los túneles, avisando a todos de que la feria acababa de empezar, mientras Simon Yates tenía que sentarse en los últimos doscientos metros, incapaz de atraparle. Froome tenía así su etapita y la organización parecía satisfecha.

(pic.Cor Vos)

La nueva cosa británica no parecía dar su brazo a torcer y camino de Sappada dejó la primera "impresa" del Giro. La que quizá hubiese pasado a la pequeña historia del Giro de no ser por acontecimientos posteriores. Después de un rápido descenso del Passo di San Antonio, en Costalissoio, a falta de 17 km, Simon Yates se despedía de sus rivales sin mirar atrás, con inusitada facilidad. López, Pozzovivo, Carapaz, Pinot y Dumoulin se quedaron mirando cómo la menuda maglia rosa se perdía en la lejanía. La ausencia de cooperación facilitó las cosas a Yates, que parecía de este modo abrir el hueco necesario para mantener el liderato frente al empuje de Tom Dumoulin en la única contrarreloj de entidad. Mientras tanto, Froome naufragaba una vez más.



En la contrarreloj de Rovereto, Simon Yates aguantó la maglia, como era de suponer. Dumoulin, aún haciendo una buena crono, no reventó la carrera lo suficiente como para superar a Simon Yates. Éste, con rítmicos saltitos sobre el sillín, con un mono de contrarreloj que le venía incluso holgado, parecía en una situación perfecta para defender la maglia rosa en las tres etapas de montaña que quedaban. En Mitchelton las cosas marchaban a las mil maravillas. Nieve apenas se había dejado ver, mientras que Tuft, Bewley, Juul Jensen y sobre todo Haig habían controlado en exceso la carrera, tirando todos los días de cabeza del pelotón, a la manera de los grandes equipos de droga del pasado y presente (O.N.C.E, Us Postal, Sky...). La etapa de Iseo fue masacrante en ese sentido, realizada a una media infernal, con alternancia de lluvia y sol. Esfuerzos innecesarios que se pagarían durante la traca final.




El Giro nos ha acostumbrado a "colpi di scena" inesperados. Los muertos no lo están y los vivos resbalan con una piel de plátano y se caen del escenario, como decían en Libération. Nibali, en ese sentido, logró dar la vuelta a una clasificación adversa en dos días. Il Falco ganó un Giro sin equipo en un descenso. Pantani distanció mínimamente a Tonkov en Madonna di Campiglio y luego realizó la crono de su vida. Lo que tenía preparado Froome iba a dejar a todo lo anterior en zafios cambios de guión de estudiante de primero de audiovisuales. Lo suyo iba a ser teatro del bueno, puro Shakespeare.

Para empezar, la mecha de Simon Yates comenzó a agotarse en el último kilómetro de Pratonevoso. El corredor que parecía infalible, que había triunfado allí donde lo hicieron Pantani, Argentin y van der Velde, parecía por fin humano. Los pómulos se le marcaban en su afilado rostro como un presagio de desfallecimientos futuros. Todo ello animaba a planear movimientos, especialmente en el caso de Dumoulin, que tenía a tiro de piedra la maglia rosa. La etapa entre Venaria Reale y Bardonecchia/Jafferau presentaba el mejor recorrido sobre el papel. Un puerto infernal y largo como el Colle delle Finestre, seguido de otra subida "pedalabile" a Sestriere y un largo final, en bajada y falso llano abierto a los vientos traicioneros de los valles, antes de afrontar la última subida a Bordonecchia-Jafferau. El lugar ideal para perder una minutada si uno se queda solo desde Finestre. El lugar ideal para que un equipo montase una ofensiva para aislar al lider. El lugar ideal para que un competidor nato como Froome, al que no le valen los puestos de honor, se la jugase.

Asistimos el pasado viernes a uno de esos momentos del ciclismo que entran en la leyenda pero que, por obra y gracia del ciclismo moderno, dejan al mismo tiempo un regusto amargo. Se disfruta del espectáculo, al igual que sucedió en Sappada, pero al poco tiempo se tiene la sensación de hay una parte de la historia que no se nos ha contado. En el caso de la particular Cuneo-Pinerolo de Froome,  dejó una sensación final entre la incredulidad y el shock.




A Simon Yates le pasó lo de Ícaro. Rozó demasiado pronto el sol y sus alas se derritieron, cayendo estrepitosamente al mar. En este caso, su "crollo" no fue aislado; curiosamente su equipo, hasta el momento siempre presente, hizo aguas por todos lados, empezando por Jack Haig. De este modo, la maglia rosa perdía contacto en las primeras rampas del Colle delle Finestre, un puerto que está entrando en la historia del Giro con mucha más decisión que el Monte Zoncolan. Sky puso su ritmo más infernal, como si Froome fuese a atacar de forma inminente. Primero Poels, tímidamente De la Cruz y finalmente con decisión el pequeño Elissonde. El grupo de favoritos estalló, desgajándose del mismo racimos de corredores. Al líder los minutos comenzaron a caerle uno tras otro y en la cima todo el mundo parecía haberse olvidado de él, de su peligrosidad y de sus demostraciones pasadas. Finalmente Froome atacó a falta de más de 80 km para meta y Dumoulin no pudo en ese momento seguir su rueda. Todo parecía una locura y Dumoulin todavía controlaba la situación, pues era preferible que subiese a su ritmo antes que atufarse intentando imitar la diabólica cadencia del anglokeniata.



Froome se abría paso con su particular estilo por las rampas no asfaltadas de Finestre, entre paredes de nieve sucia. Su rueda delantera zigzagueaba bajo la presión de sus largos brazos de codos abiertos, abriendo surcos en el camino no pavimentado de pendiente demencial. Por su parte, Dumoulin comandaba el grupo perseguidor, con Pinot, López y Carapaz a rueda. La diferencia era controlable de momento para el holandés. Sin embargo, a falta de un km para la cima, Pinot pinchó, cambiando rápidamente la bicicleta con su compañero Reichenbach, y Dumoulin decidió esperar. Consideró que, a falta de coequipiers, era preferible tener aliados para el largo descenso hasta Sestriere. Ese fue su primer error. Un error quizá menor, que en su momento era difícil incluso de considerar como tal. Froome pasaba por la cima con apenas 40'' de ventaja.



Froome ya ha demostrado que es un buen bajador. Además, uno concienzudo, que se estudia los puertos, como hizo con el Peyresourde. En el estrecho descenso de Finestre, Froome se la jugó a todo o nada, despeñarse o vencer. Mientras tanto, Dumoulin cometía su segundo error táctico, un error garrafal, el que pagaría más caro: decidió esperar a Reichenbach para tener un colaborador más. En realidad, para intentar aprovechar un gregario de un rival en una situación que de nuevo se presentaba desesperada. Una vez más, el equipo de Dumoulin mostraba su insuficiencia en montaña, a lo que se añadía, sin ser en este caso tampoco la primera vez, una mala visión de carrera. Dumoulin decidió delegar en otros, en este caso en otros equipos rivales peor posicionados que él en la general, lo que tendría que haber sido una persecución personal "a muerte". Además, Reichenbach demostró ser un mal bajador y se perdió tiempo en la espera. Dumoulin, con bastante mala sombra, cargó las tintas después sobre el escalador suizo, al que achacó que bajó "como una abuela". Declaraciones fuera de lugar, muy estúpidas e impropias de un campeón, que pretenden enmascarar no sólo la debilidad de su equipo sino también sus erróneas decisiones tácticas.

De esta manera, Froome amplió en un minuto su diferencia con el grupo de Dumoulin durante el descenso de Finestre, y en otro en el ascenso "pedalabile" a Sestriere. Froome iba encendido, sacando su mejor versión de rodador, pues cuando rueda pasa de patito feo a cisne. Mientras tanto, Dumoulin exigía relevos a un Pinot fundido y a su gregario. Realmente esos relevos le cortaban el ritmo, permitiendo que la diferencia de Froome aumentase. Al mismo tiempo, Carapaz y López, enquistados en una lucha por las migajas, decidían mantenerse al margen. 



Otro minuto cayó en favor de Froome en el largo descenso de Sestriere. Froome echaba mano a un botecito morado, mientras detrás todo eran caras agrias por el esfuerzo y la infructuosa colaboración. En Jafferau las distancias se mantuvieron y Froome logró pasar del cuarto al primer puesto. Para lo que Nibali había necesitado dos días en 2016, con apoyo de su equipo, un inconmensurable Scarponi y caída del líder, Froome tan sólo había necesitado uno, con una fuga de 80 km en solitario, aprovechando que el equipo de Dumoulin seguía en la Morcuera. Lo de Froome era una "impresa" de otro tiempo, parangonable a las de Coppi, Merckx...o Landis.

La última etapa de montaña en Cervinia demostró que el mazazo moral impuesto por Froome a sus rivales era irreversible. Es más, se asistió a uno de los momentos más dramáticos del Giro, con una pájara monumental por parte de Pinot, que en algunos momentos parecía incapaz de mantenerse en equilibrio sobre la bicicleta. Su agonía sí que fue digna del Gólgota. Una pájara o blancazo más en un Giro caracterizado por el excesivo número de desfallecimientos brutales de los corredores de cabeza: Chaves, Aru, Simon Yates, Pinot. Demasiados. Sin ir más lejos, el líder a falta de tres días ha perdido más de 1 hora y cuarto en tan sólo dos etapas. Lo nunca visto.

Por si fuera poco, para aumentar el descrédito de este Giro "tra virgolette", la etapa del domingo ha sido una pachanga, un amaño, el triunfo de nuevo de la mafia del pelotón. Encabezados por el propio Froome y por los siempre mafiosos Quick Step (no en vano tienen en el coche al más mafioso de los ex-ciclistas y directores de los últimos veinte años), el pelotón decidió neutralizar los tiempos, debido a la supuesta peligrosidad del circuito final en Roma. El resto del pelotón se plegó al criterio de una mafia de la que todos participan.  Ni Dumoulin cuestionó la situación, a tan sólo 46'' de la maglia rosa, ni tampoco los equipos italianos, sin victoria de etapa. Y lo peor de todo, RCS cedió gustosamente: ya se la colaron en la etapa de Milán en 2009 y en el final el Turín en 2016. No se dan cuenta de que están restando seriedad, año en año, a su propia carrera con estas decisiones desacertadas. Nunca fue más oportuna la ya mítica frase de ciclismo2005: "los enemigos del ciclismo están dentro".

Froome y los suyos se descolgaron a hacer cucamonas y fotos, siendo acompañados por los otros líderes del pelotón, mientras por delante un grupo de una cincuentena bregaba por la victoria, obviando la supuesta peligrosidad del recorrido. Sin embargo, Pozzovivo estaba agazapado en ese grupo delantero. Sería él y no otro el auténtico ganador de este Giro si se hubiesen computado tiempos hasta el último kilómetro. Al menos hubo justicia poética y Sam Bennett pudo vencer a Elia Viviani.

Sin embargo, a pesar del mal sabor de boca dejado por un último día amañado y sin competición, el Giro siempre depara momentos memorables. Las etapas de Sappada y sobre todo Bardonecchia lo han sido, por supuesto, a pesar de que su credibilidad en un caso y su duración en el palmarés en otro, dejen esa combinación desagradable de sensaciones enfrentadas. Aparte de estos dos momentos habrá que recordar las típicas etapas de sube y baja del Giro, como la de Caltagirone, ganada por Wellens, o la de Gualdo Tadino, ganada por Mohoric. También las movidas etapas de Imola e Iseo, finalizadas al sprint, pero con movimientos por doquier, en el segundo caso con una fuga dos o tres veces atrapada y renacida, protagonizada por Luis León Sánchez y Alessandro De Marchi. También ha sido digno de elogio el ahínco de Giulio Ciccone y Fausto Masnada y otros Androni por conseguir el triunfo. O la regularidad de Mikel Nieve, que termina el Giro como el mejor Mitchelton, no habiendo bajado del 25º puesto en ninguna de las grandes vueltas en las que ha tomado la salida.

Froome consigue así su tercera gran vuelta "d'affilée", con su mejor prestación de un día de toda su carrera deportiva. Sin embargo, he escogido como título de esta entrada el de una película (mala) de los hermanos Coen, aunque ligeramente modificado, porque me parece el mejor resumen de la carrera: Froome no debería haber estado de la partida en Jerusalén.  La inacción de la UCI le permitió tomar la salida. RCS está contenta, Netanyahu está contento y el pirata Brailsford por supuesto que lo está. Su escapada de 80 km. se emparenta con la mitología más excelsa del ciclismo, pero dado el limbo en el que se encuentra Froome debido a un positivo no sancionado, su victoria sólo contribuye a que aumenten las negros nubarrones que se ciernen sobre el ciclismo. Su victoria ha sido bella pero también dolorosa como una bofetada. En realidad, el aficionado al ciclismo tiene más paciencia que Job.

(via @javigoros61)

10 comentarios:

  1. Además de tener más paciencia que Job, el aficionado al ciclismo tiene principios de Síndrome de Estocolmo.

    Bellísima pieza, una vez más. Saludos!

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    1. Y a veces también trastorno bipolar, o al menos confusión de lo estados de ánimo (euforia e indignación, por ejemplo).

      Muchas gracias.

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  2. Gran entrada, con un gran resumen de la carrera.
    Ojalá se terminen estos espectáculos grotescos en el ciclismo. Me falta una mención a Wellens, corredor que reniega de los TUE y se tuvo que retirar por enfermedad verdadera. Algún día echaremos de menos a corredores auténticos y no a monstruos de laboratorio como Froome

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    1. A Wellens lo nombro a propósito de su victoria de etapa, pero se me había olvidado ese detalle. Hay corredores que se retiran si enferman, como ha sido siempre lo que dicta la lógica. El ciclismo, como deporte eminentemente físico que es, requiere de un cuerpo saludable. Luego están los otros, los que retan a la lógica y que cada día son más, que precisamente necesitan estar enfermos para rendir.

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  3. Gran entrada... aún me estoy partiendo de risa con lo de «espárrago hervido».

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    1. Gracias por tu comentario. Ya se sabe, en los Simpson está todo.

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  4. Bella entrada, gran resumen de una carrera mítica pero ensuciada por sus protagonistas!!
    Felicidades al autor

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  5. Gran resumen. Que difícil vivir con la dicotomía Giro histórico/ Giro esperpento.

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    1. La esquizofrenia habitual del aficionado al ciclismo. En este caso, creo que pesa más la versión de "Giro esperpento".

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