lunes, 23 de abril de 2018

¡VUELVEN LOS NOVENTA!

Todo el mundo sabe que en ciclismo el mejor momento para atacar es nada más coronar un repecho. Es la cartilla Palau del ciclismo, la táctica que algunos, como era el caso del plurinacional Tchmil, llevaron a la perfección. Es fácil sobre el papel, claro está; lo difícil es tener las piernas para llevarlo a cabo, para salvar esa distancia, a veces abismal, que media entre el deseo y la realidad. Pero los chicos de Quick Step tienen esas piernas. Vaya si las tienen. Han vuelto de golpe a la primavera de 1994. Y a todo ello el ganador Bob Jungels añade además las cualidades innatas de rodador. 

La Liège - Bastogne - Liège lleva años siendo el más anodino de los grandes monumentos. La carrera ha perdido su seña de identidad: la "selección", el grupito de escogidos que a partir de La Redoute se vigilaban, se marcaban y se repartían hachazos a diestro y siniestro, mientras del resto del pelotón nada se sabía, perdido ya en las inmensidades del tiempo. Con el paso de los años la carrera se ha "sanremizado", es decir, ha pasado a concentrar la emoción en los últimos kilómetros, cuando esa no debería ser su principal característica, a diferencia de lo que ocurre con la carrera de marzo. Primero pasó a jugarse todo en Sart Tilman, luego en Saint-Nicolas, en los últimos años, en Ans directamente. Algún año en los últimos 50 metros. Al menos eso no debería ocurrir en la carrera que se precia de ser la clásica más dura, esa que todo cyborg quiere en su palmarés.   

De esta manera, siguiendo la tónica habitual de los últimos años, la escapada consentida discurría por el encadenado de Port, Bellevaux y Ferme Libert (cotas que sustituyen a la trilogía clásica de Wanne-Stockeu-Haute Levée) con algo más de tres minutos de ventaja. Algo menos que las diferencias que hicieron a Matteo Bono, Stephane Rossetto y Anthony Perez soñar con la victoria en años recientes, gracias a un gran grupo tan remolón como en las etapas de julio. La escapada estaba compuesta por Antoine Warnier, Mathias Van Gompel, Paul Ourselin, Jérôme Baugnies, Florian Vachon, Mark Christian, Casper Pedersen, Loïc Vliegen y el habitual Anthony Perez. La escapada fue perdiendo poco a poco componentes, llegando el cuarteto formado por Baugnies, Perez, Christian y Ourselin al pie de La Redoute. Baugnies lograría distanciar a sus acompañantes, siendo cazado a los pies de Roche-aux-Faucons. En resumen, en la altura de carrera en la que antes se hacía la selección, ahora se daba caza a los escapados. La Redoute, una vez más, se subió casi en pelotón, con una marcha exigente puesta por Enric Mas "el sucesor". Nadie se movió. 

La tendencia actual es esperar y guardar. La velocidad impide ataques, la igualdad, quién sabe a causa de qué provocada, impone ritmos exigentes y tácticas ultraconservadoras. Todo se iba a jugar, o al menos a mover, en Roche-aux-Faucons. El primero que saltó fue Gilbert, en un ataque de fuegos artificiales que se apagó con rapidez en la oscuridad. Henao y Woods parecían fuertes, hasta que Jungels forzó el ritmo. El mismo Jungels había sido el miércoles pasado el artífice de la aproximación hasta Huy del grupo de escogidos. Él y no otro puede considerarse el que puso en bandeja el triunfo de Alaphilippe, privando de él a Schachmann. Ya pueden comprobar, todo queda en casa: luchas internas, primavera monocolor. Esta vez fue así de nuevo: Jungels era la avanzadilla para calentar el camino para un ataque pancartero de Alaphilippe.





Sin embargo Jungels no se limitó a tirar. Se fue para adelante, siguiendo esa táctica que les está dando tantos frutos a ellos y a los Astana: lanzar a alguien delante mientras se controla detrás. De nuevo, la cartilla Palau del ciclismo. Aunque algo así sólo posible si se es una nueva versión del Mapei. O peor aún, del Gewiss-Ballan. Sólo es posible si se dispone siempre de varias cartas a jugar, a pesar de que la reducción de corredores haya dejado a otras escuadras en paños menores (caso de Movistar). Jungels se lanzó como era de esperar; Woods y Henao se abrieron. Valverde, Fuglsang y los demás, que llegaron a la cima algo más tostados, se limitaron a esperar acontecimientos. Los metros del luxemburgués se fueron agrandando, la goma invisible que lo unía al grupo se tensó tanto hasta llegar al punto en que se rompió y el luxemburgués del tupé salió disparado, cual propulsado por tirachinas, hacia la meta. Era evidente que no le iban a dar alcance, dado que en el grupo de atrás iban muchas figuras y entre ellas prevalecía el espíritu reservón y el marcaje.




Valverde intentó salir en su búsqueda, a la desesperada, en un tipo de movimiento muy poco habitual en él, quizá consciente de no llevar las mejores piernas para el murito final de Ans, temeroso de que Alaphilippe le obligase de nuevo a hincar la rodilla. Pero fueron aceleraciones y paradas, esperando a que alguien más entrase. Daniel Martin y Tim Wellens fueron los que pusieron más empeño en intentar coger, ya fuese con saltos en solitario o con arreones desbocados. Astana se dio cuenta de que no iban a cazar mediante arrancadas y paradas, de modo que puso a Villella a trabajar. Eran los únicos, junto con Mitchelton y Lotto, que disponían de más de un corredor. Mientras tanto, Jungels tomaba las curvas a cuchillo, con riesgo incluso de caerse al coger algún bache y no ir bien agarrado al manillar (la posturita aero) cruzando el puente del Mosa. Todo iba a depender de si aguantaba las dos subidas restantes o si le pasaba como a Nibali en 2012. 

En Saint-Nicolas saltó Wellens por detrás, en un ataque de esos tan suyo, más con el corazón que con las piernas. Por un momento los Quick y Flupke del pelotón marchaban primero y segundo. Para asombro de todos, del grupo de favoritos, todavía demasiado nutrido, demarró Vanendert, corredor lagunar donde los haya. Su demarraje fue de los que han hecho de Saint-Nicolas un particular freak-show: Vanendert salía de las profundidades de 2011, poseído por el espíritu de VDB, y daba caza a su compañero. ¿Wellens había allanado el camino para su compañero, o simplemente éste había hecho notar el peso de una generación que se resiste al relevo? Mientras tanto, Jungels cambiaba su perfecta estampa de rodador por esa otra de mandíbula desencajada y codos abiertos que ya se le había visto en las empinadas rampas del Giro. Sólo el zombi belga podía dar caza a Jungels. 

Sin embargo, Vanendert se desinfló. La subida de Ans fue coser y cantar para Jungels. Por detrás, Bardet y Woods intentaban a la desesperada darle caza, dando tan sólo alcance a Vanendert. El campeón de Luxemburgo mantuvo la diferencia, demostrando que había regulado en Saint-Nicolas, el momento de mayor aparente debilidad. Los chicos de Quick Step aguantan lo que les echen. Woods entraba segundo, Bardet tercero y Alaphilippe cuarto. Valverde entraba último del grupo, claramente no había sido su día.



Desde Andy Schleck no ganaba un atacante solitario desde Roche-aux-Faucons (Nibali fue cazado por aquel sputnik kazajo en 2012 cuando estaba a punto de conseguirlo). Desde 1994, el año del Gewiss y el zumo de naranja, un equipo no ganaba Flecha y Lieja con dos corredores distintos, como bien apuntó el twittero @InfinityLive2. Los Quick Step han devorado las pruebas del calendario con voracidad pantagruélica, todos han mojado del plato. Ya ha pasado a la historia aquello del dominio individual, ya sea Rebellin, Gilbert, Van Avermaet o Valverde; lo que está de moda es socializar el triunfo. Que todos ganen un poquito, cada día con uno nuevo. Chicos siempre frescos, siempre jóvenes; y si no hay joven, uno viejo, qué más da. Aunque, como todas las modas, este nuevo socialismo victorioso no deja de ser más que un revival, uno más. Desprende un tufillo a dejà vu, a refrito. Smells like 1994 spirit. Se han puesto de moda, otra vez, los noventa.

martes, 10 de abril de 2018

JUVENTUD TRATADA COMO GANADO

Es muy difícil escribir sobre el fallecimiento de un joven de 23 años en carrera. Una persona en la plenitud de la vida que por desgracia fallece en el preciso momento en el que ejerce la profesión que ama, durante la carrera con la que había soñado y que disputaba por primera vez, llevando a cabo una actividad profesional que no deja de ser propia de elegidos, pues sólo unos pocos pasan la criba que supone tener unas facultades físicas excepcionales y una capacidad de sacrificio sin igual, a lo que se añade en última instancia la necesidad de asumir decisiones "complicadas" para "dar el salto". 

Desconozco las causas últimas del fallecimiento del joven Michael Goolaerts, cuyo nombre espero que no se olvide nunca, como yo no voy a olvidar. Es quizá la muerte de un ciclista que más me ha dolido, por cómo se produjo, por la amarga espera de la pasada tarde de domingo y por la fatídica conclusión. Desconozco si padecía alguna enfermedad cardiovascular o si el paro cardíaco se produjo debido a otras circunstancias. La autopsia y la investigación subsiguiente tendrán que esclarecerlo. Por todo ello, lo que voy a escribir a continuación son conjeturas, nada descabelladas a mi parecer. Los precedentes en este tipo de sucesos no son nada buenos. Desde el fallecimiento de Knut Jensen en los 100 km contra el crono de las olimpiadas de Roma de 1960 hasta el de Alessio Galletti en la subida al Naranco de 2005, pasando por las muertes de Tom Simpson, Marc Demeyer, Bert Oosterbosch o Johannes Draaijer, las sustancias y prácticas prohibidas están detrás de estas muertes por colapso, ya sea en carrera o fuera de ella. Excesos de ambición, auténticas inconsciencias o corredores utilizados como conejillos de indias, lo mismo da. No hay que irse tan lejos en el tiempo: simplemente basta acordarse del olvidado Daan Myngheer en el Criterium International de 2016. 

Quien diga que el deporte profesional es salud miente. Debería serlo, por descontado, pero es una cosa bien distinta. Es competición descarnada, es un "todos contra todos", un Leviatan de Hobbes en el que impera la ley del más fuerte, del más listo, del que asume más riesgos y toma más atajos. La historia está ahí, al alcance de cualquiera, no hace falta más que leerla e interpretarla. En el deporte profesional valen todas las salvajadas y por tanto el ciclismo, que es la quintaesencia del deporte profesional (incluso cuando existía el falso bloque amateur), no es más que una guerra para la que hay que estar preparado con todas las armas posibles. Para los ciclistas de los cincuenta y sesenta, los primeros ciclistas que corrían para casas comerciales extradeportivas, la victoria significaba una casa, un coche, un ascenso en el status social en resumen. Abandonar los cuadros campesinos para acceder a la nueva burguesía consumista. En el bloque comunista una victoria significaba prestigio, convertirse en un "héroe positivo", pero también algo más mundano: permitía viajar, salir de una realidad gris dominada por la mediocridad y la delación. Por tanto y de igual forma, abandonar los cuadros campesinos para acceder a la nueva élite del partido. Tanto ayer como hoy nadie quiere ser el panoli que no llega entonado a la fiesta, nadie quiere ser el que dispara con balas de fogueo cuando todos lo hacen con munición pesada. Así pues, por desgracia el deporte profesional, y con él el ciclismo profesional, queda a millones de años de luz de lo que es una práctica saludable. El joven que entra en el ciclismo ya recibe, en nombre de la falsa salud y de sus auténticas ansias de ascenso social, la primera dosis de cebo, como si fuera ganado. 

El deporte profesional es presión. No sólo autoexigencia, sino también presión de grupo, la más implacable de las presiones. Por ello en el ciclismo, en cuanto deporte profesional, en cuanto deporte que se desarrolla en grupo, se manifiesta la necesidad constante de "no ser menos", de no hacer el ridículo ante los demás. Si te han invitado a la fiesta, lo mejor es no desentonar. Y si se tiene a alguien capaz de hacer las cosas bien en el equipo, e incluso más que bien, si se tiene alguien que puede ganar, lo "mejor" es estar todos a la altura de las circunstancias. Dar el máximo por el líder, sacrificarse por él. El equipo ciclista, desde los años cincuenta, desde el Bianchi de Coppi y la Guardia Roja de Van Looy, se reduce a un conjunto de esclavos anónimos que dan la vida  (a veces nunca mejor dicho) por su lider, el aristócrata de los sprints o de las montañas. Los gregarios son capaces de hacer proezas increíbles, son capaces de trascender su límite; muchas veces son capaces de llevar a cuestas toda la munición que su líder tiene por genética de forma intrínseca (o no). El joven que entra en el ciclismo recibe de esta manera, en nombre de las obligaciones para con su equipo, la segunda dosis de cebo, como si fuera ganado.  

Tampoco hay que olvidar que el deporte profesional es espectáculo, o así al menos muchos lo entienden. La dosis necesaria de lucha de gladiadores para soportar el día a día. Esta versión del espectáculo es la que está ganando más adeptos, incluso en el ciclismo. Un deporte de rápido consumo, de rápida satisfacción, como si fuese porno. El espectador, que también es consumidor, no debe aburrirse viendo deporte. ¿Cómo garantizar que el espectador medio, el no familiarizado con los entresijos del ciclismo, no se amuerme, no se eche esa siestecita que muchos, incluso desde el propio periodismo ciclista, fomentan? Es más, ¿cómo garantizar que el aficionado habitual al ciclismo, el que ve ciclismo de febrero a octubre,  no se queje después de la carrera si en esta no ha habido ataques, no ha habido velocidad, no ha habido competición? Sólo hay una solución: ir a fuego desde el kilómetro 0. Con el único problema de que si todos van "a fuego", al final se igualan los niveles por arriba, las velocidades son demenciales y nadie puede escaparse, nadie puede atacar. La lógica del espectáculo acaba enterrada por la lógica del control, de la victoria: más vale estar todos delante y evitar ataques, que protagonizarlos. De esta manera, en nombre de la dicotomía entre espectáculo y control, el joven que entra en el ciclismo recibe su tercera dosis de cebo y engorde. 

Queda finalmente el último elemento de la fórmula. La arrogancia de aquel individuo gris que lleva toda la vida metido en el "mundillo" porque no sabría ganarse la vida de otra forma, y la única forma que conoce para ganársela es inculcar, como antes otros hicieron con él, las viejas prácticas. Las prácticas de siempre. Prácticas en continua e inevitable actualización, pues siempre hay un as en la manga oculto con el que sorprender a los rivales, al igual que el estudiante siempre encuentra una forma nueva de hacer trampas en los exámenes. Digo que la arrogancia es la característica de estos tipos, a los que habitualmente se ve al volante, pues muchos de ellos no dudan en poner en riesgo la vida de sus pupilos si hace falta, salvando su culo. Es el "oficio". Siempre ha sido así; los esclavos ya construían pirámides. Matizándolo mejor, tendría que decir que lo que les caracteriza es más bien el desprecio que la arrogancia. El desprecio por el bienestar del otro, del que pedalea, del que exhibe el maillot por las televisiones, ganando o sacrificándose. También está el médico que quiere que sus "pacientes" galopen como caballos de carreras, al mismo tiempo que ve engrosar su cuenta bancaria. Es la voluntad de mandar, el poder efímero de manejar a otros como marionetas, la que acaba convirtiendo al pobre ciclista que entra en los códigos del pelotón en ganado. Y debido a ello, recibe, en este caso en nombre de sus empleadores, de sus médicos y del supuesto prestigio de todos ellos, la cuarta y última letal dosis de cebo.

Y ahí está la consecuencia. La consecuencia final y definitiva: un joven de 23 años fallecido. Ha sido enviado a la París - Roubaix como quien lo envía al matadero. Un joven que no tendrá la oportunidad de correr más clásicas, ni de pedalear, de disfrutar del viento en la cara y de la libertad de movimientos que permite la bicicleta; alguien que tampoco podrá disfrutar de todo lo que se desarrolla más allá de la bicicleta y que comporta la vida en sentido amplio, amistades, amores, lugares, momentos.

Si no han sido estas las causas de la muerte de Goolaerts y sí una enfermedad, que mis palabras valgan para aquellos que murieron antes por sobredosis de ciclismo, parafraseando la expresión de @ciclismo2005. Al menos siempre se le recordará transitando en cabeza por el Muur-Kapelmuur de Geraardsbergen en la edición de 2018. 

Escrito desde la rabia y el dolor, descansa en paz,  Michael Goolaerts.  



lunes, 2 de abril de 2018

UNA MÁS PARA LA CUADRA DE LEFEVERE

El ciclismo es un deporte de tradiciones, que vive de la repetición, muchas veces inflada o falseada, de sus propios mitos. Las victorias del equipo de Lefevere en la Ronde van Vlaanderen se están convirtiendo en una nueva tradición más, a fuerza de repetirse. Pero podría decirse que el dominio de su equipo, el Quick Step, es más abrumador ahora que en la época de Boonen y Devolder. Cualquiera de los suyos puede ganar, cualquiera de los suyos puede lanzar el ataque ganador a muchos kilómetros de meta, porque los de la cuadra de Lefevere no desfallecen, no miran atrás, sólo pedalean. Los caballos que recalan en la cuadra resucitan, rejuvenecen (Gilbert) y los que la abandonan se convierten en patéticas sombras de lo que fueron (Tony Martin). El símil animal no es baladí en un ciclismo como el belga y en un equipo como el de Lefevere, el continuador de Lomme Driessens en las peores prácticas. Este ciclismo de cripta está acostumbrado a las competiciones entre ciclistas y caballos (Maertens con la muñeca enyesada compitiendo contra un caballo de carreras), la cercanía de los perros (el de Vandenbroucke) o de los veterinarios (Landuyt).



Esta vez ha sido Terpstra el caballo ganador. Un ciclista superdotado, sin duda, con la facilidad para rodar de los grandes clasicómanos: la espalda en paralelo con la línea del horizonte, los codos en ángulo recto, las piernas delgadas y largas moviendo el plato de forma hipnótica y sin apenas gesticulación. Debería rescatar un viejo tweet mío en el que, a lo Marinetti, decía que ver a Terpstra rodar es más bello que la victoria de Samotracia. Pero no deja de ser un viejo tweet, anterior al momento en el que el corredor holandés desveló su naturaleza de pendenciero, chulo y arrogante. Antes de mostrar también que su eficiencia de rodador no parecía acorde con su visión táctica de las carreras. Aspecto éste último del que se libró ayer.



Pero si antes decía que el ciclismo es un deporte de tradiciones, también lo es de mitos destrozados. El de la Ronde van Vlaanderen es sin duda uno de ellos, el más claro y evidente. El nuevo recorrido tiene el defecto grave de basarse en un circuito, salvo para los habituales apologetas que dirán lo contrario. La "feria", como llama al circuito acertadamente @javigoros61 en twitter. Este circuito elimina una parte sustancial de lo que es una clásica, que es unir una ciudad con otra, un punto alejado del mapa con otro. Confiere cierta monotonía a la carrera. A ello se le suma la acumulación de dureza en la parte final, lo que contribuye, como bien se sabe cada año con la Lieja, a la espera, a postergar los momentos decisivos, con algún año excepcional como la edición de 2017. Por otro lado, el llano desde el Paterberg hasta Oudenaarde es demasiado recto, por carretera ancha, muy diferente al falso llano, de carretera sinuosa y estrecha que separaba el Bosberg de Meerbeke y que deparaba algún ataque o movimiento táctico (Tafi en 2001, Boonen en 2005, etc.). Las cosas llegan resueltas la mayor parte de las veces a este llano, después del rampón imposible del Paterberg. Por no hablar de la recta de meta, de más de un kilómetro, sin público, más propia de un circuito automovilístico que de una prueba ciclista, como señaló desde el primer día @ciclismo2005.

La carrera empezó en Amberes con un tiempo malo, de lluvia leve y viento: tiempo del norte, no tan habitual en las últimas ediciones de la Ronde, caracterizadas por el ambiente primaveral. Después de mucho pelear en las largas llanuras hasta Zotegem, entre campos, granjas y pequeños bosques todavía sin hojas, acompañados por el cielo plomizo de los cuadros de Ruysdael, se formó definitivamente la escapada del día, con Eenkhoorn, Peyskens, Ganna, Aimé De Gendt, Turgis, Ligthart, Haller, Gibbons, Goolaerts, Gerts y García Cortina. El asturiano estuvo en cabeza durante kilómetros, luchando por meterse en la fuga, pasando en cabeza el Muur Kapelmuur a lo campeón, mostrando que su interés y su valía para este tipo de carreras es auténtico. No tengo la menor duda de que si en vez de protagonizar la fuga inicial hubiese sido el cabeza de filas en su equipo, su resultado hubiese sido mucho mejor. Por detrás, una caída poco antes de Geraardsbergen, provocada por Tony Martin, dejaba descolgado a Naesen. El Muur se subió con intensidad, pero lejos estuvo del papel decisivo de la edición de 2017. Algo lógico, a 94 km de meta. 

Tras pasar Geraardsbergen, Devriendt y Weening, y posteriormente Mads Pedersen y van Emden, se lanzaban al ataque, alcanzando al grupo de escapados, en el que cada vez figuraban menos corredores. En ese momento comenzó el carrerón del campeón danés, un corredor de 22 años del que se presume un futuro fantástico en las clásicas del norte. En el Kanarienberg quedaron por delante Devriendt y García Cortina, a los que daría alcance poco después Pedersen, con su particular estilo agónico. En el segundo paso por el Oude Kwaremont, enlanzado esta vez con Paterberg, se destacaban del grupo de favoritos Langeveld y van Baarle. Llegaban así los momentos decisivos de la carrera. 



El Koppenberg sería el final del sueño de García Cortina y el momento de auténtica selección de la carrera. Las cámaras de la televisión flamenca ofrecieron el inquietante plano desde la perspectiva del grupo, en el que se aprecia cómo el camino adoquinado del Koppenberg comienza a ascender, casi en ángulo recto, hacia el cielo, como si se tratase de uno de los sueños de la nefasta Origen en los que una calle se pliega sobre sí misma. Ya al final de la agónica subida se formó el habitual tapón, como hacía mucho tiempo que no se veía, provocado por una pendiente demencial, unos adoquines bastos, la ausencia de vías de escapatoria y lo abultado del grupo a esas alturas de carrera. Ninguno de los favoritos quedó sin embargo fuera de juego. Van Baarle, Langeveld y Mads Pedersen salieron todavía con segundos de ventaja que les permitían soñar remotamente con la victoria, dado el marcaje imperante en el grupo de favoritos. Quedaban todavía más de 40 km. a meta. 

Llegó entonces el encadenado de colinas, la traca final de los organizadores de Flanders Classics. En el Taaienberg, Van Avermaet  daría muestras de debilidad (qué lejos está del intratable corredor de la primavera pasada), mientras que Demare y Kristoff pasarían con bastante suficiencia los berg, aunque sin gregarios. Van Aert seguía delante, con gran facilidad, Sagan perdía a Oss, su último gregario, mientras que los Quick Step disponían de superioridad, con Stybar, Terpstra, Gilbert y Lampaert. Tras una escaramuza poco después de coronar el Kruisberg, lanzada por Stybar y secundada por Kwiatkowski, Sagan y Nibali, se produjo el consabido parón. Momento que fue aprovechado con astucia por el propio Nibali para lanzar su ataque. De nuevo lo squallo demostraba su particular habilidad para leer las carreras. Sin embargo, esta vez no le acompañaron las piernas. Tras él salió Terpstra y por detrás Sagan (quién si no) se limitó a culebrear, abrirse y esperar que otro cerrase el hueco, a la manera de Quintana en el Peyresourde. Moscon lo intentó, sin fortuna; en el falso llano subsiguiente, Terpstra siguió forzando la marcha e hizo con Nibali lo que éste hizo con Neilands en el Poggio. 



A partir de ese momento, tan sólo quedaba descubrir cuánto tiempo tardaría Terpstra en dar alcance al terceto delantero. Por un momento pareció que iban a defenderse bien, que Terpstra podía desfallecer; pero no, el magnífico rodador holandés sólo estaba tomando un poco de aliento, antes del encadenado final (¡una vez más!) de Oude Kwaremont - Paterberg. Langeveld y van Baarle se vinieron abajo; sin embargo, Mads Pedersen luchó, con la cara enrojecida, la boca abierta, casi en apnea, por mantenerse a rueda de Terpstra. Por detrás, el único movimiento serio tuvo lugar en el Paterberg, con Sagan atacando a destiempo, asumiendo el rol de Vanmarcke. 

En el llano hacia Oudenaarde, Terpstra no se pudo relajar, pues Pedersen seguía luchando por darle alcance. Por detrás, Sagan sería alcanzado por el grupo formado por Stybar, Gilbert, Van Avermaet, van Baarle, Vanmarcke, Van Aert, Naesen, Benoot, Valgren Andersen y Stuyven. Las figuras belgas, acostumbradas al marcaje mutuo, sólo podían encontrar un elemento común de colaboración en la caza a Sagan. De esta manera, Terpstra consesguía su segundo monumento, en este caso sin la magnanimidad de Boonen, Mads Pedersen entraba todavía segundo y la tercera plaza se dilucidó entre Gilbert y Valgren Andersen. 



No ha dejado de ser la de este año una edición menor de la Ronde van Vlaanderen, dominada por la superioridad de un solo equipo y por los marcajes entre el resto de figuras. Mención aparte merece la extraña forma de correr de Sagan, cada vez más predecible; está claro que prefiere no ganar a que otros se beneficien de su esfuerzo, pero en el recuento final Terpstra ya tiene más monumentos que él. Sin duda lo más esperanzador fue la actuación de los jóvenes: el excepcional Mads Pedersen, Wout Van Aert, por completo adaptado a la distancia, y en menor medida Iván García Cortina.