sábado, 17 de marzo de 2018

EL ARTE DEL MOMENTO OPORTUNO

Generalizando un poco, existen dos tipos de obras de arte con desarrollo temporal: las que administran los momentos intensos a lo largo de su desarrollo y las que dejan la emoción para el final. Dicho de otra forma, hay dos tipos de composiciones musicales, novelas, películas u obras de teatro, las que dosifican los momentos intensos y dejan una sensación placentera que invita a una relectura o revisión, y aquellas otras que dejan al lector o espectador completamente devastado, con los nervios al límite, después de un clímax que pone la piel de gallina. La Milán - Sanremo pertenece sin duda a esa segunda clase de obras de arte, especialmente en ediciones logradas como la de este año. 

La Milán-Sanremo es la carrera que todo ciclista desea tener en su palmarés, especialmente si es italiano; desde el sprinter más laureado al corredor más modesto, todos se ven con posibilidades. Es el gioiello que todo ciclista desea tener en su colección. Sin embargo, su prestigio muchas veces supera a las emociones que depara, y cada día su resultado parece más anunciado. Pero en casos como el de este año el amante del ciclismo se siente reconciliado con su deporte preferido. La Milán-Sanremo de 2018 ha sido una carrera que invita al aplauso final. 

¿Por qué? Porque se han visto resumidas las esencias del deporte ciclista. Por un lado, ha acabado con un premio justo para el atacante. Por otro, en sus kilómetros finales se ha visto resumida la esencia mítica del ciclismo, la lucha del escapado contra el grupo perseguidor, la habitual historia del pez pequeño cuyo destino es ser devorado por el grande. Cuando ese destino es alterado, cuando el ratón logra escapar del gato y se alza con el triunfo, la historia se convierte en David venciendo a Goliat. Da igual que el ganador sea Marc Gomez o Nibali, un fuoriclasse indiscutido, pues en Via Roma Nibali no deja de ser un pez fuera de su medio.

La carrera empezó, siete horas antes de su conclusión, con lluvia y frío. Se formó la consabida escapada, con modestos como Mirco Maestri, Lorenzo Rota, Evgeny Kobernyak, Guy Sagiv, Dennis van Winden, Sho Hatsuyama, Charles Planet, Jacopo Mosca y un habitual, Matteo Bono. La carrera parecía seguir su guion ya escrito (el pelotón remoloneando con los escapados a tiro), con la particularidad del mal tiempo. Un fuerte oleaje golpea contra los pretiles, devorando las playas, y el pelotón es simplemente una sucesión de chubasqueros negros bajo un aguacero de los que se ven de tanto en tanto en Italia. La carretera comienza a secarse y como en un ritual ya escrito, empiezan a volar chubasqueros y cubrezapatillas, saliendo a la luz poco a poco el colorido del pelotón. En Ceriale comienzan a abrirse los claros y las cámaras de televisión recogen una bella imagen de los escapados huyendo de los negros nubarrones y avanzando hacia el sol: la imagen-símbolo de la Primavera.  

El sol luce y llegan los capi. Se suceden lugares comunes, notas esperadas: alguna caída; Kittel sufre en el Berta; los idiotas de las bengalas... Los escapados son cazados después del estrecho paso por la calle porticada de Imperia. Nada parece salirse de los raíles marcados. La Cipressa se sube a tren, sin ataques: en primer lugar es van Baarle quien controla para Kwiatkowski; después, y durante casi toda la subida, FDJ-Groupama hace una exhibición de fuerza. Ignatas Konovalovas comanda el grupo, con Demare en cuarta posición, advirtiendo de su fuerza, intentando despejar dudas pasadas. ¿Va a ser una Milán-Sanremo predecible? ¿Una Milán-Sanremo propia del ciclismo moderno? Todo apunta en esa dirección. Sin embargo un pequeño detalle anuncia el futuro desenlace: Nibali está delante, a pesar de haberse arrastrado en la Tirreno-Adriatico (o precisamente por ello). Incluso adelanta puestos en una curva tomada a cuchillo.

En la insidiosa bajada de la Cipressa los hombres de FDJ-Groupama siguen controlando la situación, comandados por Ladagnous. Han debido memorizar el descenso de la Cipressa como la lección a recitar, pues al volver a la Aurelia han logrado distanciarse del grupo. Tal control parece tener como objeto mantener la carrera controlada desde el ascenso de la Cipressa hasta la via Roma, sin que Demare en ningún momento salga de las posiciones delanteras. La gente importante parece seguir toda en el grupo, excepto Kittel, como era de esperar.

En la aproximación al Poggio aumenta la tensión. Mi tocayo Konovalovas remonta el grupo y todavía tiene un momento de protagonismo, con su fabulosa planta y maillot. Los hombres de Lotto y de Mitchelton comienzan a progresar, formándose varias puntas de lanza. Es en ese punto cuando Cavendish sufre una aparatosa caída, muy fea. Este inicio de temporada tiene la negra; los dioses del ciclismo le están enviando señales bastante duras, advirtiéndole de que es mejor que se retire.

El Poggio se inicia con fuerza, con mucha gente delante, demasiada. En las primeras rampas Marcus Burghardt lanza un ataque que parece más bien un arreón para tomar la cabeza. Mohoric lo mantiene unos metros a raya, pero cuando el campeón alemán comienza a despegarse, es Jean-Pierre Drucker quien sale a darle alcance, rebasándole. La cámara registra bonitas imágenes del corredor luxemburgués del BMC a contraluz, con el mar al fondo. El pelotón sigue comandado por los Bahrein, que parecen querer jugar la carta de Colbrelli. De esta manera, la mitad del Poggio se consume, con ataques de segundas espadas, que son más movimientos tácticos que otra cosa.

De pronto un corredor progresa desde el interior del grupo, demarrando con fuerza. Es Krists Neilands, campeón letón del Israel Academy. Nadie salta a su rueda. Me alegro de ver a ese corredor al ataque, pues en la Tirreno - Adriatico me había dejado una buena impresión en la escapada que compartió con el ruso Vlasov. Me había llamado tanto la atención que lo había puesto en la selección de tropela (antes de cambiarlo en el último momento por Keukeleire). Sin embargo, nunca hubiese imaginado que sería el hombre decisivo de la jornada.

Su ataque es duro, con mucho desparpajo dada su edad. Tiene las hechuras y la edad para ser alguien destacado. De pronto alguien sale tras él. Su espalda baja, sus codos abiertos, su barba de tres días y su maillot rojo son inconfundibles: es Nibali.  Muchas veces el siciliano lo ha intentado en Sanremo (en 2012 y 2014, por ejemplo), pero es muy difícil llegar solo y siempre ha tenido el handicap de su escasa punta de velocidad. Los Bahrein, que controlaban la cabeza, se dispersan al ver a su líder delante, permitiendo que abran hueco. Por detrás Spilak y Battaglin intentan darles alcance, sin éxito. Nibali comienza a dar relevos al corredor letón, diez años más joven que él. ¿Podrán llegar juntos a meta? Ese es el sueño que todos los años se gesta en el Poggio y que casi siempre los últimos kilómetros devuelven a la dura realidad. En el falso llano que conduce a la iglesia de Nostra Signora della Guardia Nibali hace su allungo. Va a por todas, como en años anteriores, pero en este caso no parece tener por detrás gente que le siga. Neilands cede mientras que el siciliano imprime un trepidante ritmo a los pedales. Quedan todavía 6 kilómetros a meta, distancia que es un mundo en esta carrera, con 7 horas de bicicleta y más de 285 kilómetros a las espaldas.

(via INRNG)



Detrás no hay organización. Sagan, como en sus días caprichosos, decide que sean otros los que hagan el trabajo. Tiene el día tonto. Cuando finalmente Oss toma la cabeza del grupo para iniciar la caza, Nibali está a punto de iniciar el descenso en la famosa curva de la cabina telefónica.  Apenas 9'' le separan del grupo. El descenso de Nibali es suicida, como es de esperar, mientras que por detrás Kwiatkowski y Sagan se marcan. Es Trentin el único que decide lanzarse en el descenso, a la manera de Kelly en 1992. Al final del descenso, Nibali mantiene su exigua diferencia. Ha luchado por cada segundo en cada curva.

En el corso Cavalotti suele ser el lugar en el que las tentativas valientes se estrellan contra la dura realidad. Sin embargo, en el grupo trasero no hay gregarios (a diferencia de lo que sucedía en los años locos de principios de siglo). El marcaje y el choque de egos entre las dos estrellas del este permite que el siciliano vaya haciendo camino. Aún así a Nibali le queda un mundo; puede que sufra la más dura de las decepciones del ciclismo, morir a pocos metros de la línea de meta. Trentin es cazado, llegan los refuerzos de los sprinters. La suerte de Nibali parece cantada. Una vez más triunfará la ley del pelotón, comandado por tres Quick Step al entrar en el último kilómetro.

Pero esta vez no va a ganar el pelotón, o al menos el grupo de los velocistas. Al entrar en la via Roma Nibali conserva una ventaja que le permite levantarse de brazos a falta de 20 metros, a pesar de que por detrás Ewan encabeza un sprint formidable, en el que deja al resto a más de dos bicicletas de distancia. Demare, Kristoff, Roelandts, Sagan, Matthews, habituales en via Roma, entran después. Nibali consigue así su victoria más grande, la más épica, e Italia respira, evitado el incubo de una sequía equiparable a los años post-Petrucci. El siciliano contabiliza así siete grandes triunfos, entre grandes clásicas y grandes vueltas, a la espera de un inminente octavo. Es ya un mito viviente del ciclismo italiano, sólo por detrás de los más grandes (Coppi, Bartali, Binda y Gimondi, quizá Moser).

La Milán - Sanremo de esta manera se reivindica como gran monumento, frente a las voces que todos los años quieren degradarla, a pesar de su historia, su kilometraje y su belleza inherente. Sanremo suele coronar al más astuto, al que sabe seguir las ruedas indicadas, y condena al bobalicón que lleva tras de sí a rivales más veloces. Sanremo quiere más al furbo que mete la rueda que al que malgasta fuerzas, pero también al loco que se la juega bajando que al que prefiere esperar. Sólo en situaciones escogidas, Sanremo corona al más valiente, al que no mira para atrás cuando lanza el ataque. Son esas las ocasiones de los grandes campeones, en las que no sólo sirve la fuerza, sino también la suerte y el kairos, el "momento oportuno" de los griegos. Por ello, cuando se parte del consenso de ir todos con la pistola cargada o con el tanque bien lleno, la inteligencia puede ser un elemento determinante. Una parte importante, si no decisiva, del espectáculo.