martes, 30 de mayo de 2017

AGUAS MAYORES A LOS PIES DEL UMBRAILPASS

Si el año pasado no había duda de que el momento crucial del Giro había sido el fatídico descenso del Agnello, la edición del centenario será recordada por un hecho insólito pero no determinante, uno de esos momentos que hacen que la prensa futbolera, ávida de escándalos, caídas multitudinarias y tonterías, repare en el ciclismo: la parada de Dumoulin para hacer "aguas mayores" en la decisiva etapa de Bormio. 

Después de un día de descanso, sin que hubiese demostrado síntomas de descomposición o malestar previos, Dumoulin lanzó la bicicleta a la cuneta y acto seguido comenzó lo spogliarello: primero se quitó el casco, luego la maglia rosa, a continuación bajó al ribazo, se quitó los tirantes y...entonces la realización de la RAI cambió acertadamente de plano. La etapa se había desarrollado con cierta tranquilidad, siempre que se pueda hablar de tranquilidad después de ascender el Stelvio, el auténtico Moloch del ciclismo, un puerto impresionante que exige siempre su cuota de desfallecimientos (en este caso, Anacona).

Dumoulin dejando su huella en un hermoso paisaje.

La parada obligada del líder parecía el presagio de un ascenso infernal al Umbrailpass. Rostro desencajado y minutada. Nada más alejado de lo que sucedió: Dumoulin, aliviado, quizá más ligero, subió al ritmo de los mejores escaladores (Quintana, Nibali, Zakarin...), aunque un minuto y medio por detrás. En ese ascenso del Umbrailpass, mientras Nibali y Quintana abrían diferencias, Dumoulin se jugó ser una promesa holandesa más, rota y superada por los acontecimientos, al modo de Breukink o Kruijswijk, o un auténtico campeón. En esa ascensión y su posterior descenso ganó el Giro. Mi impresión es que no se trató  de una de esas cagaleras, sin testimonio gráfico, como las que afectaron a Van Garderen o a Landa en el pasado; pareció más bien un "apretón", un "deber inexcusable", que no lo dejó vacío. Aunque el hecho de tratarse del día después a la jornada de descanso es lo que aviva todas las suspicacias.     

Perdía de esta manera parte de la renta que había ganado en la contrarreloj de Monfalcone. Esta había sido una contrarreloj muy del Giro, marcada por los continuos saliscendi. En ella había infligido un severo castigo a sus rivales: casi un minuto a los excelentes rodadores Thomas y Jungels, y más de dos al resto de rivales en montaña. Poco después, para rematar su superioridad, consiguió la victoria en Oropa, dejando boquiabiertos a Zakarin, Landa y Quintana. Esta cima, coronada por un santuario al modo de Superga, estaba habituada a demostraciones del mismo tipo. Luego llegó el día de descanso, y su continuación con la indisposición y la heroica defensa del liderato.

Victoria en Oropa, superando a los escaladores


El resto de la última semana estuvo dominado por el marcaje de los favoritos y por el chorreo de segundos, constante pero insuficiente, en favor de los escaladores. En Ortisei, Pinot, Zakarin y Pozzovivo se aproximaron al podium. En Piancavallo de nuevo Dumoulin perdió tiempo y la maglia en favor de Quintana. En la etapa de Asiago, con el Monte Grappa y la subida de Foza, la que prometía ser la etapa decisiva, todo se dilucidó en un bonito duelo entre el grupo de escaladores (Pinot, Quintana, Zakarin, Nibali y Pozzovivo), con bastante rebufo de las motos y algún que otro escaqueo en los relevos, y el grupo de los rodadores (Dumoulin, Mollema, Jungels). De esta forma, se llegaba al último día de competición con cuatro corredores en menos de un minuto, con todo dispuesto para que Dumoulin diese el esperado e inédito salto de la cuarta plaza a la primera en una crono por completo favorable a sus dotes de rodador.

El Giro y sus impresionantes cartoline: el sacrario militare del Monte Grappa.


Ha sido por tanto un Giro marcado por la igualdad y la emoción hasta el último minuto, algo siempre de agradecer pero que no convierte por arte de magia a una gran vuelta en una edición para enmarcar. El Giro es sin duda la gran vuelta por etapas, en cuanto que es la más abierta a la sorpresa, las debacles y las resurrecciones. Así fue el año pasado. Sin embargo, este año la tónica ha sido el cansancio generalizado de la última semana y el retorno de un clásico tema del ciclismo de todos los tiempos, la lucha entre el escalador y el rodador. En este caso, entre los escaladores y el rodador. Un grupo de escaladores casi exhaustos, que han atacado incansablemente sin conseguir apenas diferencias, y un rodador que se ha demostrado intratable contra el crono y muy hábil en montaña, aunque con alguna que otra debilidad que sus rivales no han sabido aprovechar por falta de fuerzas.

En concreto Quintana se ha llevado muchos palos, en parte merecidos, pues ha mostrado su versión más calculadora y ahorrativa, algo impropio de un escalador puro. Era a priori el gran favorito, dado el recorrido montañoso, pero su pretensión de ganar el Giro midiendo esfuerzos se ha ido al traste. Ha pesado más la losa del patrioterismo y el "sueño amarillo" que la voluntad de exprimirse para conseguir una gran vuelta. El paso por las islas lo hizo arropado por sus coequipiers hasta el kilómetro menos tres. El Etna se lo fumaron en general, no sólo él. Y en el mítico Blockhaus lanzó su estocada. Los Apeninos se le dan bien, y ahí parecía que iba a sentenciar la carrera, si no hubiese sido por una excepcional subida por parte de Pinot y Dumoulin, que fueron de menos a más. Después de la contrarreloj en la que Dumoulin le encasquetó dos minutos, como al resto de favoritos, Quintana se diluyó. Desaprovechó la táctica de pizarra de Txente y Arrieta (esos estrategas) en el Stelvio; marcó bien la rueda del líder camino de Ortisei; se pasó de pedir relevos de camino a Asiago, cuando él era el más interesado en distanciar a Dumoulin; finalmente, como era de esperar dada su última semana, perdió el Giro en la última etapa.

La versión de Nibali ha sido también menor. Es un año mayor y los competidores de esta edición eran de más nivel que Kruijswijk y Chaves. Ha demostrado, como siempre, ser inconformista y saber jugar la carrera en la carretera y fuera de ella, intentando poner nervioso al líder, contando con los medios y el público a su favor. Ha atacado, pero no tanto como nos tiene acostumbrados. Yo al menos esperaba un descenso suicida del Monte Grappa. Aún así, la táctica de jugar la guerra de los medios le surtió un efímero efecto, pues Dumoulin llegó a perder los papeles, con unas innecesarias declaraciones que lo retrataron como un tipo poco diplomático y reflexivo, alejado del paradigma de Indurain en el que parece reflejarse como ciclista.

Dumoulin habla demasiado


El siciliano ha sido el único bote de salvación del ciclismo transalpino, por completo a la deriva. Un ciclismo que, devastado por una década de excesos, sigue esperando que los jóvenes eclosionen (Davide Formolo, por ejemplo), teniendo que confiar en un equipo de viejas glorias como el de Nibali, en el que el campeón siciliano era el más lozano. A pesar de los destellos de calidad Valerio Conti y Simone Petilli,  a los italianos les ha costado dios y ayuda conseguir un triunfo de etapa, algo provocado por la debilidad de sus sprinters (Nizzolo y Modolo no están a la altura de la élite) y por la ausencia destacada e inexplicable de cazaetapas como Ulissi, Brambilla, Trentin o Felline. Otros, como Rosa, a pesar de intentarlo, han pasado bastante desapercibidos (me ha hecho cero puntos en tropela, sin ir más lejos).

Otra cosa bien distinta ha sido el Giro del ciclismo español, o vasco, mejor dicho. Tres triunfos de etapa, entre los que destaca el de Mikel Landa en Piancavallo. Su victoria llegó después de dos "tiros al palo" en Bormio y Ortisei, permitiendo las victorias de Nibali y Van Garderen trazando mal la última curva en ambos casos. Algunos dicen que de no ser por la inoportuna y estúpida presencia de la mota del policía en el Blockhaus, contra la que chocaron Kelderman  y prácticamente todo el Sky, su trayectoria hubiera sido diferente. Bien es cierto que se ha mostrado como un escalador de impecable estilo y espíritu atacante, pero no estoy del todo convencido de que su rendimiento hubiese sido el mismo de jugarse la general. El Landa de 2015, ese que militaba en un Astana en el que hasta Tiralongo daba miedo, creo que no volverá. Ni siquiera en Sky utilizan el mismo carburante que hizo volar aquel año a los kazajos.

Otro tanto se dice de Geraint Thomas, el mayor perjudicado del incidente del Blockhaus (por el que nadie de la organización ha pedido disculpas, por cierto). ¿Habría estado el galés al nivel de Dumoulin? Bien es cierto que dolorido y maltrecho hizo una excelente contrarreloj en Monfalcone. Mi teoría, que jamás podrá ser comprobada, es que habría tenido un mal día, pero dada la igualdad de los líderes, quizá aún así habría entrado en podio. Nunca se sabrá. De todas formas, Thomas cumple el patrón de "evoluciones" extrañas del Sky, pues de pistard pasó a clasicómano, y de clasicómano a vueltómano. Es muy raro querer aspirar a ganar un Giro con 32 años cuando no se ha tenido un resultado entre los diez primeros en ninguna gran vuelta por etapas anterior.

Las putas motos


Los que sí han podido mostrar toda su calidad ciclista han sido Pinot, Zakarin y Pozzovivo. El escalador francés ha demostrado que su decisión de optar por el Giro ha sido acertada. Se ha mostrado muy combativo, con un gran rendimiento en montaña. Ha sacado a relucir su mejor punta de velocidad, no ha padecido en los descensos y en cambio, ha flojeado en las cronos, demostrando que el campeonato francés es más bien un espejismo. Zakarin y Pozzovivo han conformado una dupla casi cómica con sus apariencias divergentes, una especie de Don Quijote y Sancho Panza: el tártaro siempre en cabeza, alto, escuálido y dando bandazos, y el chaparro calabrés a su rueda. Así fue en la subida a Foza, en la que Pozzovivo no dio ni un relevo.

Finalmente, una mención para dos jóvenes corredores, Fernando Gaviria y Bob Jungels. El colombiano se ha confirmado como el mejor sprinter de la nueva generación. Greipel consiguió su etapita, pero no ha logrado imponerse como en otros años. Ewan ha demostrado que solo con un recorrido corto y muy arropado por el equipo puede llevarse la victoria (la consiguió en la revirada meta de Alberobello). En cambio, Gaviria se ha mostrado como el nuevo Sagan, con potentes arrancadas, arriesgando en las curvas, siendo decisivo en los últimos metros, haciendo la carrera por su cuenta pero apoyado de vez en cuando por las marrullerías de Richeze. Es un merecido portador de la renacida maglia ciclamino.

Ritorna il ciclamino


Por su parte, el luxemburgués de Quick Step sigue enamorando. A su estilo de rodador incansable ha añadido este año una etapa, en la siempre difícil meta de Bérgamo. Realizó un sprint sentado, un sprint de rodador, abriendo y cerrando los codos como una especie de cisne a cámara lenta. También ha contribuido con su abnegado e hipnótico rodar a salvarle la papeleta a Dumoulin camino de Asiago. Su presencia ha sido silenciosa, una constante en todas las etapas decisivas, y a la vez atronadora, con un derroche de fuerza y elegancia, a la que se suma su particular spavalderia de millennial rompecorazones. Es el corredor del futuro.