domingo, 20 de marzo de 2016

GUIÓN PREVISTO EN SANREMO: POGGIO DESCAFEINADO Y FINAL CON UNA PIZCA DE DRAMA

Viene siendo habitual que una vez finalizada la carrera más larga del año, emerjan las voces críticas de siempre. "Poca dureza", "carrera para velocistas", "carrera aburrida", "una lotería", "ganadores desconocidos". Parece mentira que muchos todavía no sepan que lo específico de la Milán - Sanremo es precisamente su guión ya escrito, de manera que cada edición aporta pequeñas y sutiles variaciones a partir de una partitura que casi siempre suena igual: escapada matutina, crescendo en la Aurelia, escaramuzas en la Cipressa, escapada abortada en el llano entre colinas, ataque en el falso llano final del Poggio, descenso vertiginoso y final con sorpresa, casi siempre al sprint.


Bien es cierto que de esta esta edición apenas se recordará algo más que el vencedor y la caída de Gaviria. No ha habido fuegos de artificio ni en Cipressa ni en el Poggio. No ha sido una edición para enmarcar como la del 2011. Tan sólo el sky pareció querer plantear algo diferente a la llegada masiva, aunque contasen con Swift y hubiesen perdido a Geraint Thomas. Los demás se limitaron a esperar acontecimientos, o bien porque confiaban en su punta de velocidad, o bien por estar habituados a permanecer a la expectativa (Valverde). Katusha en concreto notó enormemente la ausencia de Paolini, la derny tras la cual el gigantón noruego afianzó su victoria de 2014 y su segundo puesto en 2015.

A pesar de todo, el desarrollo anodino de la Cipressa y el Poggio se ha visto compensado con unos dos kilómetros finales caóticos y bastante entretenidos, en los que se notó la dureza del kilometraje y la ausencia de equipos que controlasen la carrera. Afortunadamente han pasado a la historia los años en los que casi un treno al completo pasaba el Poggio, para lanzar, como si fuese una etapa cualquiera en Maddaloni o Rovigo, a Cipollini o Petacchi. En esos dos kilómetros finales, ya en las calles de Sanremo, apareció de nuevo el genio protector de la carrera, ese que con una mezcla de justicia y azar da a la clásica su carácter impredecible y teatral. Ese mismo geniecillo que actuó para hacer vencer a Freire en 2004 aprovechando un despiste de Zabel, o a Tchmil y Pozzato atacando en el último kilómetro.

En Sanremo todo es posible.
Recapitulemos. La carrera comenzó a ponerse interesante al pasar el capo Berta, como suele suceder.  Marchaban escapados habituales de la Aurelia, como Matteo Bono, Jan Barta y Maarten Tjallingii. El progresivo incremento del ritmo en el grupo fue creando cada vez más nerviosismo, provocando caídas, una mala costumbre de los últimos tiempos. Michael Matthews y Geraint Thomas fueron los más perjudicados, pero también al pie de la Cipressa se fue al suelo el que resultaría ganador, Arnaud Démare. Los escapados fueron cazados en las primeras rampas de la Cipressa, entre los olivos. En esta primera ascensión tan sólo se movieron Giovanni Visconti e Ian Stannard, que acometieron la bajada con escasos segundos. En el llano se les unieron Daniel Oss (otro habitual), Fabio Sabatini y Matteo Montaguti. Mientras tanto, en cola (y sin imágenes de televisión), la FDJ lograba lo imposible: meter a Démare de nuevo en el gran grupo.

El viento de cara fue el gran enemigo de los ciclistas, el que imposibilitó que los ataques prosperasen más tiempo. De hecho, el grupo de Visconti, Stannard, Oss, Sabatini y Montaguti fue cazado poco después de Arma di Taggia, antes de empezar el Poggio. Este viento contrario impidió movimientos espectaculares en el Poggio, si bien parece ser que se trató de una de las ascensiones más rápidas de los últimos años. Sólo se movieron Andrea Fedi, Tony Gallopin y finalmente Michal Kwiatkowski. El polaco lanzó un ataque muy al estilo de Ponferrada, en el falso llano que va de la iglesia al pueblo de Poggio di Sanremo. Por detrás apenas hubo respuesta, sólo Nibali forzó un poco el ritmo,  de manera que en la curva de la cabina telefónica Kwiatkowski contaba con apenas 2 segundos sobre un grupo muy numeroso, liderado por Nibali.

El descenso no fue tan espectacular como siempre. Sólo Kwiatkowski hizo algún numerito, pero Sagan se mostró especialmente cauto, forzando a que Cancellara, Nibali e incluso Valverde asumieran más riesgos. A pesar de ello, Kwiatkowski no hizo un hueco suficiente, y ya en el Corso Cavalotti Cancellara, con Matteo Trentin soldado a rueda, lograron darle alcance. Es entonces cuando empezó el espectáculo auténtico, con equipos desorganizados, escaramuzas abortadas y un último kilómetro algo accidentado. Boasson Hagen y Van Avermaet lo intentaron ya bajo el triángulo rojo del último kilómetro, siendo alcanzados por Sagan, Gaviria y Cancellara. Al dejar de lado la fuente que da acceso a la Via Roma, el quinteto relajó el ritmo, siendo alcanzados por una treitena de corredores. El sensacional colombiano contaba con una muy buena colocación para afrontar un sprint que nunca es fácil controlar, por la distancia a la que los velocistas se quedan sin abrigo, por el kilometraje acumulado y por picar muy ligeramente hacia arriba. Entonces sucedió lo impredecible.

Gaviria cae, Sagan, Cancellara y Swift evitan la caída.

Desafortunadamente se trató en este caso de una caída. En un despiste, Gaviria hizo el afilador con Van Avermaet y se fue al suelo. Cayó solo, pues Sagan, Cancellara, Swift y Colbrelli, que marchaban a rueda, hicieron equilibrios para esquivarlo, perdiendo como contrapartida unos metros decisivos para afrontar el sprint. Aprovechando el caos general, Jürgen Roelandts lanzó un duro ataque (¿sprint lejano o ataque de último kilómetro?) al entrar en Via Roma. Fue un movimiento alocado y genial, en la misma línea en la que luchó contra el viento infernal camino a Wevelgem. De todas formas, Bouhanni parecía tener controlada la situación, marchando casi a su rueda.

El sprint se lanzó. Parecía un duelo entre Bouhanni y Démare, tantas veces rivales (y a la larga, representantes de dos Francias diferentes), a la caza de Roelandts. Pero algo falló en la bici de Bouhanni (¿el cambio?) y apenas pudo levantarse del sillín. El camino parecía libre para Démare, seguido del británico Swift. Aún así les costó superar a Roelandts, cuyo ataque final/sprint largo estuvo a punto de dar la campanada. El francés fue abriéndose paso, con fuerza y limpieza, en una Via Roma que nunca pareció tan ancha. Victoria para la promesa francesa por tanto, después de unos últimos kilómetros de infarto.



2º Swift, 1º Démare, 3º Roelandts



En el processo posterior, comenzaron las voces críticas. Démare no parece suficiente nombre para muchos, que no dudan en colocarlo anticipadamente en el mismo grupo que los muñecos rotos Goss y Ciolek. Otros han preferido quedarse en los "y si..", pensando que Gaviria (e incluso Sagan) le hubiesen puesto la victoria mucho más difícil a Démare. En Italia han surgido muchas voces en la línea de endurecer la carrera, haciéndole el juego a Nibali, que al parecer está de morros con la organización después de la anulación de la etapa reina de la Tirreno - Adriático. No hay que olvidar que la Pompeiana era todo un guiño de Acquarone a la única estrella italiana del momento, y finalmente no prosperó. En ese sentido, vuelve el ritornello italiano de la ausencia de dureza que propicia victorias extranjeras y ganadores extraños. Parecen haberse olvidado de lo que gustaron a la prensa y a la RAI las victorias de Cipollini (en su año mágico, más preparado que un caballo del Grand National) y Petacchi.

Gaviria acompañado de Brambilla. ¿Futuro vencedor de la Classicissima?

De hecho, en Italia llevan ya diez años de sequía, acercándose a los 17 que mediaron entre las victorias de Petrucci (1953) y Dancelli (1970). Para sobreponerse a la desesperación del público ante las victorias de belgas y de Poblet, y poder así seguir vendiendo periódicos, Torriani incluyó el Poggio en 1960. La cosa no funcionó: Adorni y Balmamion fueron humillados por Den Hartog en 1965, y Merckx se deshizo de las vedettes italianas (Gimondi, Motta y Bitossi) en 1967 con insultante facilidad. Las otras décadas no fueron mejores. Sólo dos victorias italianas de 1971 a 1980, con tiranía de Merckx y De Vlaeminck incluidas.


La pertinaz sequía (victoria de Merckx ante Motta, Bitossi y Gimondi en 1967)

La década siguiente comienza con victoria extranjera de nuevo (Alfons De Wolf), aunque se argumentase que había vencido debido al marcaje de Moser y Saronni. Se introdujo la Cipressa en 1982, con el resultado menos esperado: victoria del desconcido francés Marc Gomez, después de una fuga matutina con Alain Bondue. En resumen, la década no remontó para los intereses del periódico organizador: sólo 3 victorias italianas de 1981 a 1990.

Una de las grandes victorias en Sanremo: Saronni en 1983. Moser al año siguiente se llevará la suya, en el primer "año mágico" de la historia del ciclismo.


En los noventa, en plena época dorada de la EPO, aumentaron un poco las victorias (y su vistosidad): 4 triunfos italianos, aunque no se pudieran evitar los sprints masivos en los últimos años del siglo. En el periodo de 1990 a 1996 el predominio fue indudablemente italiano (¡cinco victorias en siete años!), claramente influido por las pócimas de Conconi, Ferrari y compañía.


20": la ventaja de Furlan en Via Roma, después de atacar en el Poggio, lo dice todo.

Al igual que en la década anterior, también fueron 4 los triunfos italianos en la década del 2000, en este caso ya no con estrellas de un día como Furlan o Colombo, sino con i big: Cipollini, Bettini y Petacchi, a los que habría que sumar a Pozzato, al que se le auguraba un futuro prometedor. A pesar de su edad, el guaperas italiano fue todavía ayer el mejor de los suyos.

L'ultima gioia italiana

Por tanto, esperemos que Mauro Vegni (ese organizador que parece un personaje sacado de una commedia sexy de Lino Banfi) no escuche los cantos de sirena y continúe manteniendo la pureza de la carrera, no desvirtuándola con Pompeianas o pegotes de última hora. Aunque si se rescatase Le Manie, una subida lo suficientemente alejada del final como para no ser decisiva,  tampoco estaría mal del todo.